EL PROBLEMA DE "LAS MOTOTAXIS"

Nota aclaratoria: El título original es "Las Mototaxis"

Por ALBERTO SALCEDO RAMOS | Publicado el 21 de julio de 2013
 
"En Cúcuta los mototaxistas son protagonistas del 70 por ciento de los accidentes de tránsito". "A puños se enfrentan policías y mototaxistas en Santa Marta". "Aumentan los siniestros en Sincelejo por las mototaxis". "Se disparan alergias de piel en Cartagena".

Estos titulares, pescados en periódicos regionales, muestran algunos de los problemas derivados del mototaxismo: el alto índice de accidentalidad, los disturbios recurrentes y el aumento de enfermedades cutáneas.

La implantación de las motocicletas como sistema de transporte público ha ocasionado estragos en varias ciudades de Colombia, especialmente en la Costa Caribe.


Compartir las avenidas con ese torrente de conductores insensatos –bien sea en calidad de peatones o de automovilistas– es una aventura más peligrosa de lo que suponen quienes viven en ciudades ajenas a la peste del mototaxismo.


Menos peligrosa, en todo caso, que subirse como usuario en alguna de tales motos, pues desde el momento mismo en que uno empieza el recorrido se enfrenta a una disyuntiva perversa: si el mototaxista carece de casco protector, como suele suceder en su gremio, corremos el peligro de morir golpeados en el cráneo.


Y si por casualidad nos lo suministra, es posible que nos enfermemos de seborrea.

Día a día crece la presencia de mototaxistas en las calles; día a día los conductores de estos vehículos se muestran más abusivos: violan los semáforos y las señales de tránsito, se montan en los andenes, sobrepasan a los automóviles por el costado derecho, cambian de carril imprudentemente, circulan en contravía, se estacionan sobre las cebras de los peatones.

En principio, el mototaxismo fue una reacción contra la falta de empleo.


En un país donde las necesidades básicas insatisfechas rondan el 30 por ciento en las zonas urbanas y el 60 por ciento en las rurales, no es de extrañar que muchas personas recurran desesperadamente a este sistema de transporte. A menudo, frente a la urgencia de ganarse la vida, poco importa el riesgo de perderla. O de que la pierdan los demás.


A la pobreza de esa gente se sumaron, por un lado, las deficiencias proverbiales del transporte público: buses destartalados y lentos, taxis costosísimos, conductores desconsiderados, pésima atención. Y por el otro, la codicia de los negociantes de cuello blanco que, sin dar la cara, vieron allí la oportunidad de pescar en río revuelto.

En algunas ciudades se rumorea que hay políticos influyentes entre los dueños de las mototaxis.

Acaso por eso ha sido imposible meter en cintura este sistema de transporte.

Que cualquiera pueda comprar una moto, o treinta, y convertirse de la noche a la mañana en un zar sin rostro del transporte público, es preocupante. Tan preocupante como la certeza de que muchos de quienes manejan estos vehículos son exparamilitares reinsertados que no se caracterizan, precisamente, por su manera civilizada de resolver las diferencias.

Aun si las motocicletas fueran conducidas solamente por gente de bien, estaríamos, como usuarios, utilizando un servicio que no nos ofrece ninguna garantía de supervivencia. Y que en un país convulsionado como el nuestro añade nuevos motivos de perturbación.

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