Ella siempre tiene la culpa





Es preferible un hombre malo que una mujer buena. La mujer es toda malicia, ella cubre al hombre de oprobio y de vergüenza -ESCLECIASTICO Cáp.12 Vers .14



 Por: Martín López González

 Se ha llegado al extremo de justificar la violencia contra las mujeres, poniendo la culpa en las propias víctimas. 

No es ya maltrato intrafamiliar, sino intento de asesinato con premeditación y alevosía, el propinar seis puñaladas a una mujer en forma despiadada e implacable. Esa acción no puede tipificarse en el mismo rango delictual de unas bofetadas. Las heridas fueron en las manos y brazos porque sirvieron de escudo a cabeza y tórax; si no hubiese sido así, tendríamos un cadáver más. Varios cortes de tendones, les dejaron ambas manos sin movimiento.


El agresor juzgó, declaró culpable a su mujer y por su propia cuenta bajo la emoción irracional de los celos, dictó la máxima sentencia y el mismo trató de aplicarla. La prensa hablada y escrita no menciona la falta cometida por la mujer, si fue que la hubo; de todas maneras el arma utilizada para la agresión juega un papel importante. Se quiso dar una gran lección. El cuchillo es el símbolo más sanguinario del terror.

 Según declaraciones de la mujer, cuatro días antes había recibido una tremenda golpiza a puños y patadas y la advertencia de que si lo dejaba “le iba a ir bien maluco”. Pues al tomar tal decisión, él planeó la sanguinaria venganza a cuchillo limpio. ¿Por qué mucha gente en Riohacha tiende a simpatizar con el marido agresor y re-victimizar a la mujer? ¿Cómo es posible que no hubiera una condena social al hecho, por lo menos de las organizaciones de la sociedad civil y del gobierno que defienden los derechos de la mujer? Sorprendentes los comentarios de varias personas, hombres y mujeres por igual, condenando no al agresor, sino a la propia víctima a quien se le atribuye toda la culpa.
 Una mujer dijo textualmente: “un hombre que actúa así es porque le han hecho algo, quizás que vagamunda no será esa mujer”

. Lo peor de todo, lo que ocurrió, no es en sí el intento de homicidio o las lesiones permanentes, sino la aberrante reacción de la gente. Sobre todo de una mujer. Muchos censuraron a la víctima y la declararon culpable y merecedora de ese cruento castigo; otros tantos lo vieron como algo normal; unos pocos se preguntaron qué hizo la señora tratando de validar la acción del señor. A nadie se escuchó repudiar el acto. 


En esencia, todos ellos justificaron el intento de homicidio o tal vez la pena de muerte, producto de la voluntad de alguien que tomó la extrema y ya muy normal y popular decisión de aniquilar a su pareja como si eso fuese un derecho adquirido. 

Es bueno recordar un feminicidio en las playas de Riohacha ocurrido varios años atrás que prácticamente fue ejecutado en presencia de varias personas. Nadie intervino porque se pensó que era un marido atacando a su mujer y por lo de “en pelea de marido y mujer nadie se debe meter” y, a la postre, fue un delincuente asaltando a una joven mujer. 

En otras palabras, nadie debe intervenir, se acepta que el hombre tiene derecho a matar a su cónyuge. 

 Vivimos en una sociedad que se ha vuelto insensible ante la violencia en general y al maltrato a la mujer en particular. Las imágenes de cientos de mujeres asesinadas que se muestran o mencionan en los medios de comunicación contribuyen con esta patología social.

 Estos mensajes penetran bruscamente en la estructura mental de las personas, especialmente de los niños, en una explosión incesante que modifica la visión del mundo, reconstruyendo las percepciones, las opiniones y los sentimientos. 

Ese sensacionalismo mediático alienante, transforma la conciencia hasta hacerla contradictoria de lo que normalmente debería esperarse. Se manipula el verdadero sentir. Se comentan los hechos con toda naturalidad, como si fuesen noticias del entretenimiento, sin darle mayor importancia, hasta hacerlos pasar desapercibidos. Los mismos medios vuelven insensible a las personas y las autoridades policivas y judiciales son tolerantes ante estas atrocidades.

 Así pues, este tipo de comportamiento, donde está el sexo y los celos de por medio, se ubica en el terreno más básico del ser humano como la comida, el miedo o los instintos que terminan activando el cerebro más primitivo y emocional de los individuos. En esas circunstancias la corteza pre-frontal cerebral, que es donde se ubica el freno racional, cede sin protestar ante las necesidades primarias del individuo y son capaces de vencer sus cálculos y presupuestos.

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