El Brebaje de Manuel Daní

 

hoyennoticia.com


Por Wilson León Blanchar


En Fonseca, entre las calles polvorientas y los patios de almendros, vivía Manuel Daní en una humilde casa de tablas. Siempre llevaba un pañuelo que le cubría la boca, quizá para ocultar su labio leporino, o tal vez porque en su silencio habitaba una sabiduría que no requería de palabras. Lo cierto es que hablaba poco, pero cuando lo hacía, la gente lo escuchaba con la reverencia de quien oye a la misma naturaleza susurrando sus secretos.


Cierta vez, una extraña epidemia sacudió el pueblo. La gente caía en sus hamacas, sudorosa y febril, mientras los médicos de Fonseca—Gregorio Marulanda, Juan Cotes y Marcos Gómez—recorrían las calles con sus maletines de cuero, llenos de frascos de jarabes y píldoras que poco o nada lograban contra aquel mal desconocido.


—Esto no es cosa de Dios ni de demonios —murmuró Manuel Daní tras su pañuelo—. Esto es culpa de quienes envasan la vida en frascos de vidrio y la venden en farmacias.


Sin más palabras, se internó en su casa de tablas y comenzó a preparar su remedio. En un caldero ennegrecido por el fuego de los años, mezcló hojas de matarratón, miel de abejas de monte y un toque de anís estrellado. Mientras el brebaje hervía, Efraín “el de la Lata” marcaba un ritmo con su cuchillo sobre la lata de galletas Noel, como si con su música ayudara a que el remedio cobrara más fuerza.


El resultado fue milagroso. Quienes bebieron aquel elixir despertaron como si hubieran dormido un siglo, con el cuerpo liviano y la fiebre convertida en un mal recuerdo. Los médicos de Fonseca no podían explicarlo.


—¿Qué contenía su fórmula? —preguntó Gregorio Marulanda, rascándose la cabeza.


—Nada que ustedes vendan en farmacias —respondió Manuel Daní con voz pausada.


La noticia llegó a oídos de una farmacéutica en Riohacha, que envió emisarios vestidos de saco y corbata a comprar la receta. Manuel Daní los miró con la misma calma de quien conoce el poder de sus hierbas y les hizo una única oferta:


—Si quieren mi brebaje, tienen que tomarse un vaso entero delante de mí.


Los emisarios, confiados en su resistencia, bebieron. Pero el brebaje, con su mezcla de magia y monte, los sumió en un sueño profundo. Dicen que esa noche soñaron con el abuelo de los cantos eternos, con Guamachal floreciendo en plena luna llena y con Toño el Loco vendiéndoles unas guaireñas hechas con llantas de camión.


Desde entonces, nadie volvió a dudar del poder de Manuel Daní. Y aunque Gregorio Marulanda, Juan Cotes y Marcos Gómez nunca lograron entender cómo curó la epidemia, en el pueblo todos supieron la verdad: los mejores remedios nacen de la tierra, y los peores, de quienes creen que pueden envasar la naturaleza en una pastilla.


Nota del autor: Este relato es una obra de ficción basada en el estilo del realismo mágico y no tiene relación con hechos reales. Los médicos Gregorio Marulanda, Juan Cotes y Marcos Gómez fueron ejemplares profesionales, respetados y valorados por la comunidad de Fonseca. Su dedicación y compromiso con la salud de su pueblo son parte fundamental de la memoria colectiva.

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