El Congresito y la Cantina de Hicho.
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
En Fonseca y El Hatico, existía una rutina inquebrantable que ni la lluvia ni los compromisos podían interrumpir. A las seis en punto de la mañana, se abría la sesión del ‘Congresito’ en la casa de Chico Morrocón, donde los veteranos del pueblo se reunían para compartir impresiones sobre la vida del pueblo con el esmero de quienes analizan los acontecimientos desde el sentido común y la experiencia. En la noche, el mismo grupo se trasladaba a la cantina de Hicho, el hijo de Filemón, en El Hatico, para una jornada de dominó, donde las estrategias de juego y las conversaciones sobre la vida cotidiana se entremezclaban con la camaradería de siempre.
Eran los mismos, pero con roles distintos. En la mañana, eran observadores de la dinámica social del pueblo; en la noche, estrategas de la mesa de dominó.
El Hatico: Fichas, Ron y Reflexiones Comunitarias
En la cantina de Hicho, la escena era siempre la misma. Jesúaldo Durán, Rodrigo Corzo, Rodrigo Vélez, Cochoy, Oswaldo Rodríguez, José Fuentes, Javier Daza, Chico Morrocón y Chon Ariño, jugadores expertos de dominó y referentes del pueblo, hacían su entrada con la alegría de quienes encuentran en el juego y la conversación un espacio de encuentro y esparcimiento.
—¡Hicho, ponme la mesa, que hoy vengo fino en la jugada! —dijo Jesúaldo, sacando su estuche de fichas con la misma dedicación con la que un músico saca su instrumento.
—Fino, dice este... ¡Si no gana ni en sueño! —le respondió Rodrigo Vélez, ajustando su sombrero con la seguridad de un maestro del dominó.
Las fichas caían con estrépito, las apuestas amistosas subían y las risas se mezclaban con el sonido de las bromas y las exclamaciones sobre cada jugada. Pero entre una mano y otra, surgían también reflexiones sobre los cambios en el pueblo y las historias que tejían el día a día.
—Oye, ¿y qué fue lo que pasó con Pello Pello? —preguntó Chico Morrocón con genuino interés.
—Dicen que ahora anda dedicado a criar morrocones. Al parecer, le ha encontrado buen negocio a la cosa. —respondió Jesúaldo, con una sonrisa de sorpresa.
—¡Que va, muchacho! Si lo único que ha criado Pello Pello son historias bien contadas. —agregó Rodrigo Corzo, provocando una carcajada general.
—Pues, yo les digo una cosa, si a Pello Pello le funciona ese negocio, me meto yo también a criar morrocones, que uno nunca sabe. —dijo Chon Ariño, acomodándose en su silla con la reflexión de quien ve oportunidades en cada historia.
Entre tragos, bromas y estrategias, la noche transcurría con la calidez de la amistad de siempre, hasta que el último dominó caía sobre la mesa y era hora de retirarse. Pero la jornada de conversación no terminaba ahí…
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