Viáticos Intactos y Hambre Compartida
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
La carretera ardía bajo el sol guajiro mientras el Truper avanzaba con firmeza, dejando atrás el polvo de la Fénix del Caribe. Íbamos rumbo a La Esperanza, un pequeño corregimiento del municipio de Urumita. Al volante, Ministro, un conductor curtido en los caminos de la región, con la paciencia de quien ha visto todo en la vida.
A la altura de Cuestecita, Ministro decidió que era prudente hacer una pausa para almorzar. Nos detuvimos en una fonda a la orilla de la carretera, de esas donde el sancocho humeante se sirve en totumas y el arroz se mide con cucharón. Pero Hilde y Polaco, los dos clientes que nos acompañaban, parecían tener una estrategia bien calculada. Se pidieron media taza de sopa cada uno, como si el resto de la porción fuera un lujo innecesario.
—Esto es suficiente —dijo Hilde, sorbiendo el caldo con parsimonia.
—Hay que ser precavidos con los viáticos —asintió Polaco, midiendo cada cucharada como si estuviera haciendo cálculos financieros.
Tras el escueto almuerzo, Hilde compró una botella de agua y Polaco una bolsa de panelas. Hasta ahí, todo parecía un acto de cooperación bien planificado, pero lo que siguió convirtió el viaje en una comedia del absurdo.
Mientras las horas avanzaban y el camino se alargaba, el hambre empezó a apretar. Primero, Polaco miraba de reojo la botella de agua de Hilde, esperando una muestra de generosidad. Luego, Hilde lanzaba miradas furtivas a las panelas de Polaco, esperando un gesto de reciprocidad. Pero ninguno cedía.
—Un traguito de agua, Hilde —pidió Polaco con tono diplomático.
—Una mordidita de panela, Polaco —respondió Hilde con la misma diplomacia.
Pero ambos se cruzaron de brazos, sosteniendo sus respectivas provisiones como si fueran tesoros invaluables. Ministro y yo, testigos de la insólita disputa, no podíamos evitar reírnos en silencio. La terquedad de aquellos dos convirtió el viaje en una prueba de resistencia más cruel que la misma carretera.
Al caer la tarde, regresamos a Riohacha. Bajaron del Truper con la dignidad intacta, pero con los estómagos vacíos y la lengua reseca. Fue entonces cuando, con aire triunfal, Polaco soltó la frase que coronó la jornada:
—Hemos pasado hambre, pero la plata de los viáticos está completa.
Y ahí comprendí que, en la Guajira, la astucia puede más que el hambre... aunque a veces cueste un día entero de ayuno.
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