El burro blanco

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar.


Era la época dorada del tocino fritado y la panela, cuando los olores a dulce y grasa invadían los caseríos, y los burros eran el equivalente rural de los camiones de carga. Don Juan Bernardo León Mendoza, un hombre de manos curtidas y paciencia infinita, tenía entre sus pertenencias a un personaje peculiar: un burro blanco más astuto que un político en campaña.


El burro, conocido como "El Blanco", tenía una habilidad especial para evitar el trabajo. Cuando llegaba el momento de cargar agua o leña, lo encontraban misteriosamente "desaparecido". Su truco maestro era esconderse entre los frondosos follajes que adornaban las orillas del río Ranchería, donde permanecía tan inmóvil como un tronco, dejando que el sol hiciera el resto. Nadie sabía si admirar su ingenio o desesperarse por su pereza.


Pero El Blanco no solo era experto en evadir responsabilidades, también era un viajero de renombre. Sus viajes más recordados eran los que conectaban Barrancas con Riohacha, cruzando caminos que solo él parecía dominar. Transportaba manteca, panela y otros productos con la altivez de quien sabe que la carga no define su vida. Incluso alquilaban sus servicios, porque, a pesar de su fama, se decía que era “el burro más confiable” de la región.


Sin embargo, todo cambió aquel día en que lo cargaron con una encomienda de lujo: telas finas, perfumes y pescado seco. Aparentemente, el comerciante que lo contrató quería mezclar sofisticación con lo más mundano. El viaje comenzó sin contratiempos, pero a mitad de camino, en un tramo famoso por sus abismos, El Blanco decidió que estaba harto de la rutina.


Con un movimiento inesperado, el burro giró en seco y se lanzó cuesta abajo, llevándose consigo la carga. El comerciante, incrédulo, corrió tras él mientras gritaba:

—¡Blanco, detente! ¡Eso no es un abismo, es mi ruina económica!


El burro no respondió, porque, bueno, los burros no rumean ni discuten. Simplemente desapareció entre los arbustos, dejando tras de sí un camino de perfumes rotos, telas empolvadas y pescado seco esparcido como si fuera una ofrenda al monte.


Cuando Don Juan Bernardo se enteró de lo sucedido, solo dijo:

—Ese burro no es mío, ¡ese burro tiene alma de rebelde!


Desde entonces, la historia del burro blanco que arruinó a un comerciante se convirtió en leyenda. Algunos decían que El Blanco reapareció semanas después, con la misma calma de siempre, masticando tranquilamente hojas bajo un árbol. Otros juraban que el abismo era su forma de protestar contra el capitalismo rural. Pero lo único seguro es que, en los cuentos de Don Juan Bernardo, esta anécdota siempre arrancaba carcajadas y servía de recordatorio: incluso los burros tienen carácter... y a veces, malas ideas.

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