El Debate.

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar.


En la cálida plaza de Fonseca, bajo la sombra de un viejo roble, un grupo de personajes pintorescos discutía sobre un tema que tenía revuelto al pueblo: el desarrollo a escala humana. El padre Oñate, con su sotana remangada y un abanico de hoja de palma, sostenía un libro con las páginas marcadas. Frente a él, Víctor Ñoñi masticaba un trozo de panela como si fuera chicle, mientras Efraín El de la lata hacía sonar su inseparable recipiente metálico con una cuchara de palo, como si con cada golpe quisiera subrayar sus palabras.


—Miren, amigos —dijo el padre Oñate, ajustándose los lentes y dándole aire a su cara sudorosa—, este señor Max-Neef dice que el progreso no es solo tener plata, sino también ser, hacer, tener y estar.


—¿Y eso con qué se come, padre? —preguntó Changa, sacándose con disimulo una astilla de yuca entre los dientes.


—¡Con bocachico y ñame, Changa! —intervino El Oso, riendo con su voz de trueno mientras se sacudía las migajas de almojábana del pecho—. Pero el cura tiene razón, lo importante no es solo la plata, sino cómo se vive.


Efraín El de la lata, que ya tenía la musa suelta, entonó una copla mientras seguía golpeando la lata como si fuera un tambor de gaita:


"El que tiene y no comparte,

triste su alma verá,

pues la dicha no está en plata,

sino en la felicidad."


—¡Esa sí es verdad, Efraín! —exclamó La Gillette, afilando su mirada como su apodo lo indicaba, mientras partía un mango con los dientes—. Pero aquí en Fonseca, algunos tienen mucho y otros solo tienen una mano pa' rascarse. ¿Cómo se arregla eso?


Juancho Saleme, que había estado callado, jugaba con una navajita oxidada, limpiándose las uñas con parsimonia. De pronto, la cerró de un golpe y la guardó en el bolsillo.


—Según el libro ese, la vaina es que hay que ver cómo se satisfacen las necesidades de todos. Pero, ¿qué pasa cuando un satisfactor es destructivo? Como la corrupción, que llena los bolsillos de unos pocos y deja a los demás chupando rueda.


—¡Ahí está el detalle! —dijo Enrique Marulanda, que hacía malabares con tres mamones—. A algunos les gusta llenarse el estómago mientras otros solo tienen un caldo de ilusiones.


Chángele, con su risa inconfundible, metió la cucharada mientras intentaba abrir una botella de gaseosa golpeándola contra una piedra:


—Entonces, ¿qué necesitamos en Fonseca?


El padre Oñate, con aire de profesor y el abanico en alto como si fuera un estandarte, señaló con el dedo:


—Necesitamos satisfacer nuestras necesidades sin destruir otras. No es solo el tener, sino el ser y el hacer.


Efraín El de la lata no perdió la oportunidad y lanzó otra copla, esta vez usando la cuchara de palo como micrófono imaginario:


"El que solo piensa en plata,

pronto se vuelve un ladrón,

pero el que piensa en su gente,

tiene paz en el corazón."


El Oso soltó una carcajada y le dio una palmada en la espalda a Efraín, haciéndolo trastabillar.


—¡Pa' filósofo te nos volviste, compadre!


En ese momento, un trueno lejano anunció la llegada de la lluvia. Los hombres miraron al cielo y, sin perder la sonrisa, se dispusieron a seguir la charla en la tienda de la esquina, donde el ron, las butifarras y las historias nunca faltaban.


Mientras se alejaban, Víctor Ñoñi, con la boca llena de panela, murmuró con la sabiduría de un viejo sabanero:


—Al final, lo que necesitamos es menos politiquería y más sentido común… ¡y un aguacero que riegue las mentes secas!


Y así, entre coplas, risas y picardías, quedó sembrada en la plaza de Fonseca una semilla de pensamiento que, con suerte, algún día daría frutos… o por lo menos, ¡unos buenos chismes pa’ la próxima tertulia!

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