El Escritor y la Hija del Olvido
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
Macondo es el mundo, y en él viven historias que no necesitan escribirse para existir. En una ciudad lejana, en un rincón donde los libros huelen a polvo y café requemado, un hombre de bigote espeso y mirada astuta pasaba las tardes encerrado en su universo de palabras. Decían que tenía el don de escribir el destino de los hombres con la misma facilidad con la que otros lo olvidaban. Su pluma podía inmortalizar pueblos enteros, pero también podía borrar nombres sin dejar rastro.
Una tarde, mientras el sol caía detrás de las casas de Coyoacán, una mujer de pasos tranquilos entró en una librería. Se paseó entre los estantes con la misma paciencia con la que los relojes de arena dejan caer sus últimos granos. Tomó un libro, lo hojeó sin apuro y sonrió con la ironía de quien ha leído su historia en palabras ajenas. Porque ahí estaba su sangre, su raíz, su sombra. Pero no su nombre.
Los libreros la miraron sin reconocerla. Para ellos era solo otra lectora más, una mujer sin apellido célebre, sin prensa, sin premios. No sabían que en sus venas corría la tinta del hombre que había creado mundos enteros, pero que en su vida real había decidido tachar una página antes de escribirla.
—¿Le interesa ese libro? —preguntó el vendedor, señalando el ejemplar entre sus manos.
Ella lo cerró con suavidad y lo devolvió a su sitio.
—Ya lo leí.
Y salió a la calle, perdiéndose entre la multitud, dejando tras de sí la sombra de un Macondo que nunca la conoció.
En otra parte del mundo, en algún rincón donde los recuerdos pesan más que las palabras, un hombre que alguna vez fue llamado maestro de la memoria sentía una punzada en el alma, sin saber por qué. Tal vez porque hay historias que, aunque no se escriban, siguen latiendo en el aire.
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