EL HOMBRE DE LOS PAÑUELOS

 

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Por: Wilson Rafael León Blanchar.


La Fénix del Caribe tenía la fama de ser un pueblo de parrandas largas y cuentos más largos todavía. Y si había alguien con leyenda propia, ese era Almícar Diasho: guitarrero de pura cepa, mujeriego empedernido y protagonista de más cuentos que el mismísimo Francisco el Hombre.


La historia empezó cuando Almícar, después de una semana de andanzas amorosas sin freno, se encontró con un problema de proporciones mitológicas: el asunto se le puso tieso como un poste de energía y no había poder humano que lo destemplara.


—¡Monche, compadre, estoy jodido! —se quejaba en plena parranda, con la guitarra en el pecho pero sin poder sentarse derecho.


—¿Y ahora qué le pasó, Almícar?


—¡Compadre, es que la vaina no se me baja! ¡Parezco un becerro con el ombligo parado!


Antonio ‘Periquito’, que estaba en la parranda tomándose su enésima cerveza, casi se ahoga de la risa.


—¡No joda, Almícar! Eso es lo que se llama estar ensillado!


Monche ‘La Lima’, con su sabiduría parranderística, meneó la cabeza.


—Lo mejor es que se vaya a Barranquilla pa’ que lo destemplen.


Así fue como Almícar terminó montado en El Búho, el bus de línea, rumbo a su salvación. Para disimular el infortunio, se amarró una sábana blanca al pantalón, pero cuando subió al bus, un ventarrón infló la tela y aquello parecía la carpa del Circo Hermanos Gasca.


—¡Oye, Almícar, y esa vaina qué es! —gritó un pasajero.


‘Periquito’, que lo había acompañado hasta la terminal, lloraba de la risa.


—¡Lo que no sabía era que usted era domador de elefantes, compadre!


Volvió de Barranquilla curado, pero la lección no le duró mucho. Apenas un par de semanas después, volvió a las andanzas, y otra vez se sintió alcanzado, como si la parca lo estuviera llamando.


—¡Me voy a morir, Monche, esto se me trepó hasta la garganta!


Un viejo del pueblo, con más remedios que un boticario, le dio la solución más insólita:


—Mijo, si quiere seguir echando cuentos, búsquese quince huevos crudos, los parte en una ponchera y se sienta ahí sin pantaloncillo.


—¿Y eso por qué?


—¡Pa’ que el cuerpo lo absorba y se le temple el espíritu!


Desesperado, Almícar hizo el ritual. Pero lo que pasó después nadie lo vio venir: cuando se sentó en la ponchera, los huevos desaparecieron como por arte de magia.


—¡Monche, auxilio, que siento que me estoy tragando los huevos al revés!


‘Periquito’ se revolcaba de la risa en el suelo.


—¡Eso sí es lo último que me faltaba por ver en este pueblo! ¡La primera absorción trasera de huevos del Caribe!


Monche ‘La Lima’ no podía con la risa.


—Compadre, si sigue así, el próximo paso es que lo incluyan en la enciclopedia médica.


Después de su milagrosa recuperación, Almícar desarrolló otra manía: orinaba con una elegancia inaudita. Sacaba el pene con un pañuelo, lo sacudía y lo guardaba con otro pañuelo diferente.


—¡Pero qué pulcritud, carajo! —comentaban en el estanco mientras se tomaban unas frías.


Lo peor era que, como siempre andaba parrandeando, cargaba una caja de pañuelos junto con la caja de cervezas. Al final de la noche, el suelo quedaba alfombrado de tela blanca, como si hubieran lanzado pétalos en una boda.


‘Periquito’, con su humor endiablado, no dejaba pasar la oportunidad.


—Almícar, compadre, usted va a acabar con la reserva mundial de pañuelos.


Almícar sonrió, alzando su guitarra.


—Hombre prevenido vale por dos.


Y así, entre parrandas, mujeres y cuentos insólitos, Almícar Diasho siguió escribiendo su leyenda en la Fénix del Caribe. Un hombre que no solo tocaba la guitarra como un ángel, sino que además logró la hazaña de absorber quince huevos por la vía menos pensada.

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