La democracia en Macondo y...
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
En Macondo, donde la política era un carnaval y el voto se vendía como el suero en el mercado, Enrique Marulanda organizó una reunión en la tienda de Changa para hablar sobre las elecciones. La cosa estaba caliente porque el alcalde había prometido pavimentar las calles, pero lo único que había llegado era un cargamento de botellas de ron con su cara en la etiqueta.
—¡Hombre, Changa, servime un trago que esto hay que discutirlo con la garganta fresca! —dijo Guillermo ‘El Oso’, dejándose caer en una silla de plástico.
—No más de uno, que después te pones a dar discursos como si fueras el mismo Simón Bolívar —le advirtió Changa, sirviéndole un aguardiente con media tapa de azúcar, como le gustaba.
Efraín ‘El de la lata’, un negociante de esos que vendían desde pescado seco hasta votos en paquete, llegó al sitio con su acostumbrada lata de galletas, donde guardaba fajos de billetes y papeletas.
—Bueno, señores, ustedes saben cómo es la vuelta. Se viene la elección y el alcalde necesita apoyo. Yo tengo la merca: billete pal’ que vote por él —anunció Efraín con una sonrisa de comerciante experimentado.
Victor ‘Ñoñi’, un hombre de pocas palabras pero de mirada astuta, chasqueó la lengua y murmuró:
—Ajá… ¿y cuánto es que vale la democracia esta vez?
William ‘La Estrella’, que siempre tenía una respuesta para todo, se rió y dijo:
—Depende, Victor Ñoñi. Si la vendemos barata, nos jodemos. Pero si la vendemos cara, igual nos jodemos, porque nunca cumplen.
Chago Pérez, que hasta ese momento había estado callado, le dio una palmada en la espalda a Enrique Marulanda.
—Oye, Enrique, vos que sos el único aquí que sabe leer completo un periódico sin dormirse, ¿cómo es que debe funcionar la democracia, ah?
Enrique, que ya llevaba dos tragos y una conciencia pesada de tanta promesa incumplida, suspiró.
—La democracia funciona si el pueblo manda y no si entrega el mando y se queda callado… pero aquí, primo, aquí la gente cambia el voto por una teja de zinc y un almuerzo en campaña. Después se quejan cuando se les moja la cama y no tienen con qué comer.
De repente, la puerta de la tienda se abrió de golpe y entró el presbítero Oñate, con su sotana recogida por el calor infernal.
—¡Hijos del Altísimo, esto es corrupción! ¿Cómo es posible que estén vendiendo sus conciencias como si fueran bolsas de yuca?
Changa, que no perdía la oportunidad de meter la cucharada, le guiñó el ojo a ‘La Estrella’ y dijo:
—Padre, pero si usted también agarra sus buenos diezmos de esos políticos.
El presbítero Oñate levantó la ceja y respondió con dignidad ofendida:
—¡Una cosa es el diezmo para la gloria de Dios y otra cosa es la compra de conciencias para la gloria de los corruptos!
Todos estallaron en carcajadas, menos Enrique, que se levantó con cara de pocos amigos.
—Miren, hagan lo que les dé la gana. Pero no se quejen después cuando el alcalde siga pavimentando con promesas en vez de cemento.
Efraín ‘El de la lata’ vio que la cosa se estaba poniendo tensa y trató de relajar el ambiente.
—Bueno, bueno, no peleemos. Al fin y al cabo, si el alcalde gana o pierde, la botella la paga él.
Y al final, entre risas, tragos y apuestas de quién se quedaría con los mejores puestos después de las elecciones, en Macondo la democracia siguió funcionando como siempre: entre la picardía, el humor y el desparpajo costeño.
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