La Parranda del Palo de Toco y el Whisky de Juana Pitre
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
La luna llena se alzaba sobre Fonseca, iluminando el viejo palo de toco, ese árbol testigo de tantas noches de parranda. La algarabía se venía cocinando desde la misa de la tarde, cuando el presbítero Luis Carlos Oñate, con voz solemne pero mirada pícara, soltó su mensaje con sabor a bendición:
—¡Hijos míos, la alegría es un don de Dios! Parrandeen, canten y celebren con gusto, pero si sacrifican un chivo, acuérdense de su sacerdote… ¡que una cabeza en sopa nunca está de más!
Las carcajadas resonaron por toda la iglesia. Apenas terminó la misa, la romería se encaminó sin pérdida de tiempo a la casa de Kiko Toncel, donde la parranda ya tenía su punto de encuentro bajo el palo de toco.
Los Ingredientes de la Fiesta
El primero en llegar fue Andrés Carias, cargando un costal de gallinas que cacareaban desesperadas. Al fondo del patio, un chivo amarrado esperaba su destino. Ahí fue cuando entró en escena Andrés ‘Monche’, el matarife de confianza del pueblo. Con la destreza de quien ha hecho ese oficio toda su vida, afiló el cuchillo en una piedra, agarró al chivo con firmeza y, con un tajo limpio, hizo su trabajo.
—¡Ya está listo el fiambre! —anunció, separando con especial cuidado la cabeza y metiéndola en una olla aparte—. ¡Que después el padre Oñate no diga que lo dejamos por fuera!
El aroma de la carne en fogón comenzó a impregnar el aire, pero la fiesta no estaría completa sin un ingrediente esencial: el whisky. Y para eso, había que hacer fila en la casa de Juana Pitre, que vivía a pocos metros del palo de toco.
Pero había una regla clara: Juana no fiaba.
Changa, con su humor siempre listo, llegó a la puerta y golpeó fuerte:
—¡Juana, mi amor, ábreme, que tengo la lengua más seca que verano sin brisa!
Juana, sin inmutarse, respondió desde adentro:
—Si tienes con qué pagar, entra. Si no, mejor vete al pozo y échate un baño.
El comentario desató risas en la fila, y Efraín Barliza, con su cuchillo y su inseparable lata, improvisó al instante:
"Juana Pitre tiene whisky,
pero no lo va a fiar,
yo mejor empeño el burro
pa’ poderme 😭 emborrachar."
Las carcajadas retumbaron, y con las botellas en mano, los parranderos regresaron al epicentro de la fiesta, donde los acordeones ya estaban en plena faena.
La Guerra de Acordeones y los Chistes Picantes
La música arrancó con fuerza. Jesús Torres, José Hilario Gómez, Adán Rincones y Guillermo Córdoba ‘El Oso’ se turnaban el acordeón, sacando melodías que se metían en la piel. De repente, Tabaquito, con su estilo recio, se lanzó con un merengue apretado que hizo a Víctor Ñoñi y Choncha levantar polvo con su zapateo.
Mientras tanto, en un rincón de la parranda, Enrique Marulanda y Changa empezaron su competencia de chistes. Enrique, con su voz chillona y gestos exagerados, lanzó el primero:
—Muchachos, ¿saben cuál es el único animal que canta con hambre?
—¿Cuál? —preguntaron todos.
—¡El músico sin parranda!
La risa estalló como un trueno, pero Changa, sin dejarse opacar, ripostó:
—¡Si es así, Enrique, entonces este palo de toco es la jaula de los ruiseñores borrachos!
El aplauso y los vítores no se hicieron esperar, mientras el trago seguía corriendo y el ambiente se caldeaba cada vez más.
El Padre Oñate y la Última Bendición
Pasada la medianoche, apareció el presbítero Oñate, caminando con paso sereno entre la multitud. La parranda se silenció un instante, esperando su reacción, pero el cura solo se ajustó la sotana y preguntó con su voz imponente:
—¿Y la sopa?
Julio Vásquez, con el respeto de un mayordomo de reyes, sirvió un plato humeante y lo puso frente al cura:
—Padre, con bendición y todo, aquí tiene su cabeza de chivo.
El sacerdote tomó una cucharada, la probó y, levantando la mirada al cielo, exclamó:
—¡Hijos míos, esta sopa tiene más espíritu que una homilía de domingo!
El aplauso fue general. La música volvió a reventar el aire, y bajo el palo de toco, con el último trago de whisky de Juana Pitre, la parranda se alargó hasta que el sol comenzó a pintar de naranja el cielo de Fonseca, dejando en el aire la promesa de que mientras hubiera acordeón y buena compañía, la alegría nunca faltaría
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