Los duelos en la casa de Luis Pitre Gómez

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar.

En Fonseca, donde la música es ley y el acordeón dicta sentencias, la casa de Luis Pitre Gómez fue dos veces testigo de duelos de versos y melodías que quedaron en la memoria del pueblo.


El primer encuentro entre Francisco ‘El Hombre’ Moscote y Luis Pitre Gómez había sido una batalla cerrada. Notas tras notas, versos tras versos, ninguno logró imponerse sobre el otro. Fue una piquería de esas que se recuerdan con respeto, con el honor intacto de ambos contendientes.


—"Francisco, hoy no hubo vencido ni vencedor."— dijo Luis aquella noche, mientras la sala reventaba en aplausos y la brisa del Ranchería se colaba por la ventana.


—"Así es, Luis. Pero que no se acabe aquí… Algún día desempataremos este cuento.”


Y ese día llegó.


El segundo duelo: cuando la música pesa más que el alma


Cuando Moscote regresó a Fonseca, la casa de Luis Pitre volvió a llenarse. El rumor de la revancha se regó como pólvora. Pero esta vez, algo en el aire se sentía distinto.


Roque Pinto, el cuñado de Luis y su fiel acompañante en la música, estaba postrado en cama.


El ántrax entre las piernas lo tenía al borde del otro mundo, y aunque su espíritu guajiro le pedía estar allí, su cuerpo ya no se lo permitía.


Moscote llegó con su misma arrogancia de siempre, pero con una carta bajo la manga.


—"Ajá, Luis, esta vez no tenéi a Roque pa’ que te ayude."


Luis lo miró con una media sonrisa, pero el peso de la preocupación por su cuñado le nublaba el pensamiento.


—"Y pa’ ganarte tampoco lo necesito, Francisco."


La gente en la sala notó la diferencia. El brillo en los ojos de Luis no era el mismo.


Arrancaron la contienda con el mismo fuego de siempre. Versos iban y venían, las notas se mezclaban en el aire, las manos se movían rápidas sobre los teclados y los fuelles.


Pero entonces Moscote hizo su jugada maestra.


En medio del duelo, cuando Luis intentó responderle con una puya contundente, Moscote lo miró fijo y, en voz baja, le soltó una frase que solo él escuchó:


—"Luis… la mente pesa más que la mano, y hoy la tuya está en otra parte."


Luis sintió el golpe. Sus pensamientos se fueron directo a la imagen de Roque, débil en su hamaca, sufriendo en silencio.


Su acordeón tembló por un segundo, y aunque intentó retomar el control, la tristeza le había nublado la inspiración.


Las notas no salieron con la misma fuerza. Los versos perdieron filo.


Moscote, en cambio, mantuvo el compás firme, sin una sola vacilación.


El duelo llegó a su final. Luis entendió que esta vez no había sido por falta de talento, sino porque el alma pesa más que las manos cuando el corazón está en otro lado.


Francisco paró su acordeón y, con una sonrisa leve, extendió la mano en señal de respeto.


—"Hoy gané, Luis… pero yo sé que este no fue el duelo que queríamos."


Luis, con la tristeza atragantada en la garganta, aceptó la derrota con dignidad.


—"Es verdad, Francisco… Hoy no estaba completo."


Las ovaciones llenaron la sala, pero Luis no sintió aquella derrota como un golpe al orgullo, sino como un recordatorio de que la música es el reflejo del alma.


Esa noche, la casa de Luis Pitre no solo fue testigo de un duelo musical, sino de una lección profunda: a veces, la mejor canción es la que se queda atrapada en el corazón.

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