“El modo eólico… esa vaina suena a despecho sabroso”
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
La tarde en Fonseca no venía con calor, sino con ese fresquito sabroso que deja la lluvia recién caída, cuando el polvo se asienta y el viento huele a tierra mojá. En el patio de Kiko Toncel, bajo el legendario palo de toco, se armó la sabrosura.
—¡Ay hombe!, esto huele a parranda con sentimiento —dijo Choncha, dándole un redoble suave al timbal, como quien llama a los espíritus del vallenato.
La mesa estaba llena: botellas de ron, arepas asadas, una olla de sancocho empezando a borbotear, y una guitarra apoyada sobre una silla vieja. Los músicos afinaban instrumentos mientras los que no sabían tocar ni una puerta ya tenían la lengua suelta.
La Gillette, con su navaja brillando en la cintura y un delantal que decía “yo vendo lo que me invento”, llegó repartiendo empanadas.
—¿Y el primer acorde pa’ cuándo, ah? ¿O vinieron a chupar sin cantar?
Efraín "El de la Lata", con ese silbidito natural que le salía por entre los dientes ausentes, respondió mientras tocaba unas notas:
—Yo estoy en modo eólico, Gillette. Esta tarde me siento sentimental.
Enrique Marulanda, que ya estaba medio picado, casi se ahoga de la risa:
—¡¿Modo quééé?! ¿Eso no es cuando se va la luz y toca echarle ventilador con cartón?
—¡No, hombre! —saltó Jolón, dándose un trago doble—. Yo también escuché esa vaina anoche. ¡Explíquenme eso, que suena como enfermedad tropical!
Ahí fue cuando Guillermo "El Oso", con su acordeón en mano y la ceja medio alzada, habló con su voz gruesa:
—Modo eólico es una forma de tocar, primo. Es como tocar en tono menor, pero sin tanta novela. Como cuando uno canta con el corazón partío, pero sin llorar.
Víctor Ñoñi, con tono de maestro que no suelta el vicio de explicar, preguntó con cara de intriga:
—¿Y eso cómo se diferencia del menor tonal? ¿No son lo mismo?
Carlos Huertas, que ya tenía la guitarra lista y el vaso lleno, tomó la palabra con esa voz suya que parecía canción:
—No, Ñoñi. En el modo menor tonal, tú usas el séptimo grado alterado pa’ darle fuerza al final. Como un Mi7 en La menor. Eso te jala al reposo, como una mujer que te dice “ven pa’cá” con mirada fija.
—¡Ajá! —saltó Hugues Peñaranda, riéndose—. Y el modo eólico es como la que no te dice ni sí ni no, pero tú vas igualito, to’ babiao.
Jaime Castro se metió también:
—El eólico suena más auténtico. Más natural. Uno lo escucha en los viejos lamentos del vallenato, cuando la melodía camina sin pedir permiso.
Chago Pérez, que andaba echándole el ojo a una vecinita que vendía bolis en la esquina, comentó:
—O sea que el menor tonal es el que amarra, y el eólico es el que suelta…
Luis Enrique Martínez, que hasta ahora había estado callado con su mirada profunda, le metió sabrosura:
—Eso es, Chaguito. El tonal te lleva al final con drama. El eólico... ese te deja la herida abierta. Como cuando la mujer se va y no te deja ni un adiós, pero tú igual compones un paseo pa’ ella.
—¡Cónchale! —dijo Tata Chú con el vaso alzado—. Entonces pa’ mis despechos yo estaba componiendo en eólico y no lo sabía...
Kiko Toncel soltó una carcajada:
—¡Tú componías en etílico, no en eólico! ¡Lo tuyo era modo ron pa’ dentro!
El patio se llenó de carcajadas. Changa gritó:
—¡Vamos a probar ese eólico, pero con ritmo, pa’ que llore el que quiera y baile el que se aguante!
Y así fue. Bajo el palo de toco, con olor a lluvia fresca, ron en la mesa y música con alma, esa parranda se volvió una clase magistral de armonía… pero en chancletas y con sancocho.
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