"El sombrero delator"

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar.


Era una tarde calurosa en Fonseca. La sombra del palo e’ mango de la casa de Jolón cobijaba una mesa de dominó donde estaban sentados Chago Pérez, Kiko Toncel, Enrique Marulanda y William “La Estrella”. Al fondo, Choncha afinaba los timbales y la Gillette vendía números mientras afilaba su famosa navaja con una lima que sonaba como una culebra brava.


—Ajá, ¿y ese sombrero, Chago? —preguntó Enrique Marulanda con su voz chillona que arrancaba carcajadas sin permiso—. ¿Te estás disfrazando de galán, o ya te cogieron otra vez en territorio minado?


Chago levantó la cabeza y miró a todos con esos ojos traviesos de viejo zorro.


—Muchachos, ustedes saben que uno a esta edad no anda pa’ cometer errores… uno ya los perfecciona —dijo, colocando una ficha con fuerza.


—¡Ajá! Eso huele a cacho fresco —saltó Víctor Ñoñi, que acababa de llegar con una botella de ron y una historia bajo el brazo—. ¿No será como la vez que te confundiste de casa y amaneciste con el perico del vecino?


—No, no, no —dijo Chago levantando la mano—. Esta vez la cosa fue seria. Yo no sabía que el marido de la dama era policía… ¡ni que dormía con la pistola debajo de la almohada!


Todos soltaron un "¡Uuuuuy!" colectivo.


—Cuente, cuente, que aquí no hay misa que impida el chisme —pidió Kiko Toncel, que ya tenía la risa lista como una escopeta recortá’.


—Bueno —empezó Chago—, resulta que la semana pasada, una dama muy... amable, me invitó a “cenar”. Pero yo noté que esa casa tenía más fotos de un solo hombre que el Congreso de la República.


—Y tú te sentaste como si nada, ¿verdad? —interrumpió “La Estrella” con voz pausada.


—¡Claro! ¡Con confianza, porque me dijeron que el tipo estaba en Maicao! —siguió Chago—. El problema fue que, como a las dos de la madrugada, escuché la puerta y el grito: “¡¿Y ese sombrero de viejo hijuelacabra de quién es?!”


—¡Ay, María Santísima! —gritó Enrique, escupiendo de la risa.


—¿Y tú qué hiciste? —preguntó Jolón desde el fondo, con un vaso de ron en la mano.


—¡Muchacho! Me tiré por la ventana como si fuera un garrobo en celo. Caí en una mata de ají, y me raspé hasta el alma.


—Pero el sombrero se quedó, ¿verdad? —dijo Kiko, ya con lágrimas de risa.


—¡Sí, hermano! Y era mi sombrero favorito, el que me regaló La Yeya en carnavales. Esa vaina tiene más historia que el acordeón de Emiliano.


—¡Eso no es nada! —soltó la Gillette mientras pasaba—. Ese sombrero salió esta mañana colgado en una cerca, con un letrero que decía: “Si lo conoce, dígale que lo estoy buscando con la correa en la mano”.


—¡Eso es una amenaza pública! —dijo “El Oso” con su voz grave, mientras masticaba un buñuelo como si fuera una manzana.


—Desde entonces —dijo Chago—, duermo con sombrero nuevo y con los ojos abiertos… ¡y me volví evangélico de la cintura pa’ abajo!


Todos rieron tan fuerte que los timbales de Choncha parecían parte de la carcajada. Esa tarde, el dominó se detuvo, el ron se acabó, pero la historia del sombrero delator se quedó en la memoria colectiva de Fonseca, como advertencia a todos los que pensaban que podían andar de bandoleros sin consecuencias.


Y como dijo William “La Estrella”, al final de la parranda:


—Los cachos no se niegan, se decoran… pero hay que saber salir con estilo, no en calzoncillos y con ají en las nalgas.

1 comentario:

  1. Se sienta con confianza a comerse la comida de otro y encima deja el sombrero en la sala de una casa ajena, que visitante tan educado.

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