Las sombras de 100 años de soledad

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar.


Desde hacía días, Martín andaba como gallina en patio ajeno, escarbando aquí y allá, tratando de armar un cuento que parecía enredado como sancocho sin ají. Con la cabeza llena de dudas, decidió ir a buscar a su tío Jaime, un viejo curtido por el sol y la brisa, que guardaba más historias que un librero de pueblo.


—Oiga, tío, estoy detrás de un cuento que de pronto usted se sabe —soltó Martín, acomodándose en una butaca vieja—. Dicen que hubo un muerto en Barrancas, relacionado con los antepasados de Gabriel García Márquez. No sé si fue que mataron al papá de él o el papá de él mató a alguien. El caso es que terminó lejos de aquí; primero lo llevaron a Riohacha y después a la zona bananera, a un Pueblito, cerca de Fundación. ¿Usted sabe cómo fue esa historia?


Jaime, que en ese momento se abaniqueaba con un sombrero viejo, se quedó mirando el horizonte como si estuviera rebobinando la memoria.


—No sé con exactitud, pero algo de eso hubo —dijo, entrecerrando los ojos—. Lo que sí sé es que el papá de García Márquez era telegrafista, o algo por el estilo. Pero sí, parece que hubo un problema, que hubo un muerto.


Martín se frotó la barbilla.


—Ah, ya... ¿Usted sabía que de esa historia salió Cien años de soledad?


El viejo Jaime soltó una risa corta.


—No, no sabía. Nunca me leí un libro de ese hombre.


—Pues dicen que García Márquez era muy cercano a Pachito Márquez, el de la estancia en Guamachal —continuó Martín—. Creo que eran primos hermanos, o algo así, quizás tío y sobrino en segundo grado.


—¡Ah, sí! —dijo Jaime, moviendo la cabeza—. El viejo Pachito, claro que sí. Ese hombre venía todos los días a Barrancas a vender lo que sacaba de su parcela en Guamachal. Llegaba temprano con su burro cargado de plátanos, yuca, ñame y hasta gallinas. A veces se paraba en la plaza a conversar con la gente antes de seguir su camino.


—Entonces la familia Márquez sí estuvo metida por aquí...


—Claro, mijo. Lo que yo entiendo es que la mamá de García Márquez nació aquí, en Barrancas.


Martín cruzó los brazos y se quedó mirando al techo.


—Carajo, yo estoy detrás de esa historia real. Ya me leí Cien años de soledad y aunque ahí toca el tema, lo hace de una manera disfrazada, con otros personajes. Aquí en Barrancas tiene que haber alguien que sepa cómo fue la vaina.


Jaime encogió los hombros.


—De pronto, pero hay que buscarlo bien.


El viento caliente de la tarde sopló suavemente en el corredor de la casa. Jaime se quedó pensativo, removiendo sus recuerdos, mientras Martín comprendía que cada conversación con su tío era como abrir un viejo baúl lleno de historias que merecían ser contadas.

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