“El Sermón en la Parranda”
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
Cuando la brisa de la Serranía de Perijá empezó a bajar con ese silbido fresco que solo los fonsequeros entienden, Víctor Ñoñi se sentó en la terraza de Guillermo El Oso con un cuaderno debajo del brazo y un tema en la cabeza que no le daba paz. Venía reflexionando sobre Jesús y las dificultades que enfrentó para enseñarles a sus discípulos —la mayoría pescadores— asuntos del alma. “Yo también tengo mis pescadores”, murmuró, mientras veía llegar, uno a uno, a sus amigos de siempre.
El primero en aparecer fue Enrique Marulanda, que venía contando un chiste desde la esquina. Su voz aguda se escuchaba más que la campana del pueblo.
—Ñoñi, ¿y eso que tú ahora das sermones? ¡No me digas que vamos a cambiar la parranda por la predicación!
Detrás llegó Choncha, tamborileando sus baquetas contra la baranda.
—Si esto va pa' misa, me avisan pa' buscar el tono, que la caja no se queda callá.
La Gillette entró con paso rápido, cargando un atado de rifas y su inseparable navaja en el cinto.
—Yo vine porque dijeron que hoy había reunión de sabios… y bueno, uno siempre aprende algo, así sea por accidente.
Jolón, ya instalado en su silla, alzó la vista sin mucho apuro.
—Tú habla, Ñoñi. A veces uno se encuentra con Dios en una palabra bien dicha… o en una mirada sin ruido.
Chago Pérez se acomodó su sombrero, se sentó despacio y soltó con picardía:
—Hoy vine a escucharte. A ver si me convences de dejar de pensar con el corazón y empezar a pensar con el alma.
Cuando todos estuvieron en silencio, Ñoñi abrió su cuaderno, respiró hondo y dijo:
—Muchachos, esta mañana, leyendo el evangelio, entendí algo que quiero compartir. Jesucristo pasó buena parte de su tiempo tratando de explicarle a sus discípulos cosas del cielo, pero ellos solo pensaban en cosas de la tierra. Les hablaba del espíritu… y ellos preguntaban por comida. Les hablaba de humildad… y ellos discutían quién sería el más importante.
Hizo una pausa, miró a cada uno y sonrió.
—Y no los culpo. Eran hombres del mar, del trabajo duro, de la pesca. No eran doctores ni sabios… eran como ustedes: gente buena, de tierra caliente, que entiende más con el ejemplo que con los discursos.
Guillermo El Oso, que hasta entonces había permanecido en silencio, asintió despacio y dijo con voz grave:
—Lo más difícil no es enseñar… es despertar.
Ñoñi cerró su cuaderno.
—Eso mismo pensaba yo. Que uno puede hablar de fe, de conciencia, de lo eterno, pero si el corazón del otro no está abierto, la palabra rebota. Por eso Jesús usaba parábolas, cuentos, imágenes… porque sabía que el alma no se convence con fuerza, sino con verdad dicha en el idioma del pueblo.
La brisa volvió a soplar, los amigos se quedaron en silencio unos segundos. Y aunque nadie lo dijo, algo quedó flotando en el ambiente… como si, por un instante, hubieran comprendido que entre risas, cuentos y recuerdos, también se cuela la voz de Dios.
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