“El viento se cansó de soplar promesas”

 

hoyennoticia.com



Por: Wilson Rafael León Blanchar.


Esa mañana, el viento bajó desde la Serranía con el alma arrugada. En Guamachal —caserío de Fonseca que siempre ha estado más cerca del olvido que del desarrollo— no se movía ni el aliento de las gallinas. Las hojas del tamarindo se quedaban quietas, como si no quisieran molestar al silencio resignado de la tierra.


Rita, desde su mecedora con crujido de lamento, sentenció con la voz quebrada: —Ese viento viene raro... como si lo hubieran desilusionado.


Changa, que no suelta su pañuelo blanco ni para dormir la siesta, miró al cielo como buscando una respuesta que ya conocía: —¡Ese viento se emberracó, Rita! Se cansó de soplar pa’ que lo metieran en tubos, lo llevaran a Bogotá y luego lo botaran como a Guamachal cada cuatro años.


En la esquina polvorienta, Efraín “el de la Lata” hacía sonar su cuchillo contra la vieja lata oxidada que usaba como tambor de protesta.


—¡Nos vendieron el cuento del futuro, y ni el presente nos trajeron! —gritaba—. Prometieron que  La Guajira sería punta de lanza de la transición energética.


Entonces apareció Cole Brito, con su sombrero ladeado, la rabia escondida en los ojos y una autoridad natural que no se aprende, se hereda: —¡Nos volvieron a dejar viendo pa’l cerro! ¡Los de corbata se echaron pa’ atrás y nosotros, como siempre, con el viento lleno de ilusiones que no se convierten en nada!


La noticia se había regado como agua en canal roto: la empresa que prometía parques eólicos y progreso se había ido… y la licencia llegó cuando ya no había a quién entregársela.


—Eso es como llegar con serenata a una casa vacía —dijo Rita, revolviendo un sancocho que ya no olía a esperanza.


Pero al mediodía pasó lo inexplicable: el viento se devolvió. En vez de correr hacia el mar, se viró hacia el desierto, seco y amargado. Y justo en ese instante, el palo de mamón   —ese que ya había dado aviso una vez cuando floreció por el lado equivocado— botó hojas del lado macho.


—¡Eso es aviso, Cole! —gritó Made, la misma que una vez obligó a Aquilino a dejar la parranda del patio pa’ que no le cayera encima el embrujo—. La Guajira está reclamando respeto. ¡No más molinos de saliva ni promesas que se evaporen con el sol!


El Oso, sin perder el tiempo, se acomodó el acordeón y sacó un paseo triste que decía:


“Se llevaron el viento en promesas,

nos dejaron el sol sin motor,

olvidaron que aquí hay corazones

que no giran con ningún ventilador…”


Desde ese día, en La Guajira—nadie volvió a confiar en discursos con moño. Porque el viento puede ser noble, pero cuando se siente traicionado… se vuelve puro silencio.

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