Crónica de dos linajes y un puerto: Blanchar y Laborde en la historia de Riohacha
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Por: Wilson Rafael León Blanchar
En los días de velas anchas y marineros curtidos por la sal del Caribe, el puerto de Riohacha no solo recibía barcos: recibía destinos. Así llegó Don Santiago Blanchard —apellido que con el tiempo la lengua de la región adaptó a Blanchar—, francés de origen, comerciante por vocación, y pieza fundamental del engranaje mercantil que floreció en la villa ribereña. A su lado, Doña Margarita Arredondo, mujer criolla, riohachera de raíz, aportó el arraigo local que dio lugar a una descendencia que marcaría época.
De esa unión nacieron, entre otros, Doña María Francisca Blanchar Arredondo y Don Manuel Blanchar Arredondo, hermanos y socios de sangre en una historia de comercio, migraciones y alianzas estratégicas. María Francisca, mujer adinerada y sagaz, destacó como protagonista de la transformación económica de la región tras la independencia de España. Dueña de una gran fortuna y habilidades mercantiles admirables, figura en registros de compraventa de goletas, tierras, esclavos y haciendas, como “El Cercao” o “La Chorrera”, donde impulsó la siembra de caña y la producción panelera, gran rubro de exportación en la época.
Es en estos archivos también donde aparece vinculada a transacciones junto a Don José María Zúñiga Blanchar, tal vez gallego, con quien sostuvo una relación de la que se derivan negocios y descendencia, como lo sugiere el nombre de José María Zúñiga Blanchar. Sin embargo, antes de este vínculo, los documentos dan cuenta de un posible primer matrimonio con un caballero de apellido Ariza, de cuya unión nació Doña Dolores Ariza Blanchar. Esta línea, aún sujeta a verificación detallada, se incorpora aquí con el debido respeto a la memoria familiar y al contexto histórico de la época.
En 1833, arribaron a Riohacha los hermanos Luis y José Laborde, a bordo de la fragata francesa San Vicente. Aunque uno de ellos regresó a Europa, José Laborde se estableció en la ciudad y, tiempo después, se casó precisamente con Doña Dolores Ariza Blanchar, uniendo así los apellidos Laborde, Ariza y Blanchar en un solo linaje de comerciantes, diplomáticos y políticos que marcaron el siglo XIX guajiro.
De esa unión nació José Laborde Ariza, figura excepcional cuya vida refleja la confluencia del Caribe y Europa. Nacido en Riohacha y educado en París, regresó a su tierra natal con una formación intelectual sólida y una visión internacional del comercio. Dirigió una empresa naviera con rutas entre Francia, Panamá y Riohacha, consolidando el comercio transcontinental, y se convirtió en pieza clave del desarrollo político y económico de la región.
José Laborde Ariza ocupó múltiples cargos públicos: fue Vicecónsul de Francia en Riohacha, administrador de aduanas, prefecto, diputado, senador y gobernador del antiguo Magdalena Grande. Pero su legado no se limita a la política ni al comercio. En 1867, inspirado por las expresiones festivas de los pueblos afrocaribes y la estética popular del carnaval europeo, fundó la tradición del Carnaval de los Embarradores de Riohacha, un acto cultural espontáneo, subversivo y profundamente identitario que aún perdura con vigor cada febrero.
Falleció en agosto de 1904, y su muerte fue reconocida mediante decreto regional. Su figura representa no solo el poder del mestizaje cultural, sino también la vitalidad de las alianzas familiares en el Caribe del siglo XIX. Su vínculo directo con Santiago Blanchar y Doña Margarita Arredondo, sus bisabuelos maternos, refleja la raíz profunda de este linaje franco-riohachero que marcó con letras propias la historia de la región.
Y mientras los negocios florecían entre las toldas, los alambiques y las goletas, Don Manuel Blanchar Arredondo, hermano de María Francisca, tejía también su propia historia en la región, participando activamente en las redes familiares y económicas que entrelazaron a Francia con La Guajira, con discreción, pero con huella firme.
Así, los apellidos Blanchar y Laborde —llegados en barcos distintos pero impulsados por un mismo espíritu aventurero— se fundieron con lo local y contribuyeron al tejido social, económico y cultural de Riohacha. Ya fuera comerciando con esclavos, tierras, ganado o panela, o sembrando expresiones festivas como los Embarradores, estas familias marcaron una época en que el puerto era más que un sitio de paso: era un lugar donde se sembraban historias y se cosechaban memorias.
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