Cuando Changa enterró al petrismo y Ñoñi lo resucitó.

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar 




Una tarde de julio, el calor era tan intenso en Fonseca que hasta los perros buscaban sombra debajo de las matas de yuca. Changa, con su pañuelo blanco en la cabeza y una agüita de panela con limón en la mano, se instaló en la esquina de la casa de Ñoñi a dictar sentencia política, como buen opinador fonsequero.



—Ñoñi —dijo con solemnidad fingida—, el petrismo en La Guajira entró en coma… Está peor que la hamaca de Toño el Loco: colgada y sin esperanza.


Ñoñi, que venía saliendo del baño con el periódico doblado debajo del brazo y el pensamiento alerta, se le quedó mirando como quien analiza una yuca vieja.


—¿Coma? ¿Y quién lo diagnosticó? ¿Tú? ¿O fue Efraín el de la Lata que escuchó eso en la emisora de Venezuela?


—No seas sarcástico, hombre —replicó Changa—. Es que ya ni se les ve en la calle, nadie habla del cambio, y los que estaban por ahí con el puño en alto ahora andan metidos en Bogotá, entre aire acondicionado y favores.


Ñoñi soltó una risita y se sentó a su lado.


—Mira, Changa. Fonseca es un pueblo que piensa en voz alta… Y a veces se le va la mano. El que no se ve, no siempre está muerto. A veces está cocinando su cucayo en silencio. ¿O es que tú crees que la política es sancocho de mediodía?


—Lo que digo, Ñoñi, es que el discurso se agotó. Ya nadie quiere oír el cuento de “los otros robaron”.


Ñoñi le dio un sorbo a su café y levantó la ceja izquierda, como cuando se pone socrático.


—El problema no es repetirlo, Changa. El problema es que sigue siendo cierto. Pero también hay que saber contar el futuro sin vivir del pasado. El pueblo ya no come cuento… pero todavía cree en el fogón.


Agustín Pitre, que venía pasando en su burro con un manojo de plátanos, se metió en la conversación sin bajarse:


—¡Eso! ¡El pueblo no se ha ido! El que se fue fue el escándalo… Pero la gente sigue esperando agua, empleo, y que no lo cambien por otro que venga con la misma olla sin fondo.


Changa, terco como mula viejuna, insistió:


—Ñoñi, lo que pasa es que se vendieron. ¡Hasta se reúnen con los que antes llamaban enemigos del pueblo!


—Y ¿qué querías? —dijo Ñoñi—. ¿Que gobernaran solos con palas y banderas? La política es como el chivo: si lo amarras mucho, se asfixia; si lo sueltas, se te pierde. A veces hay que cruzar el río con quien te presta el burro… aunque sea prestado.


Víctor Ñoñi, que escuchaba desde la hamaca, lanzó la puntilla final:


—Changa, el petrismo no está en coma. Está en reflexión, que es más grave pa’ los enemigos. Y cuando despierte, más de uno va a tener que correr sin alpargatas…


Y ahí quedó la cosa. Changa se fue refunfuñando, pero en el fondo, sabía que Ñoñi tenía razón. Porque en Fonseca, las ideas no se mueren: se reposan como el café, y cuando uno menos piensa, lo despiertan con otro cucayo cargado.


Esto no es cuento. Esto pasó en Fonseca.

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