El que nace para pipón, ni si lo fajan chiquito

 

Fonseca, años 70

Por: Wilson Rafael León Blanchar 


hoyennoticia.com


En los años setenta, cuando Fonseca todavía olía a yuca sancochada, panela derretida y a brisa de río Ranchería bajando con calma, hubo un episodio que marcó para siempre la historia del barrio San Agustín. Todo comenzó una tarde de domingo, cuando Kiko Toncel —con su barriga bailando como tambor alegre— organizó una parranda con carne asada y ron “pa' calentar los huesos”, como decía Enrique Marulanda, que ya venía afilando la voz de pito y el diente por un costillar bien chamuscao.


La reunión fue en el patio de La Yeya, que aunque no ganaba reinados por belleza, sí se metía en las cortes a punta de lengua y sabrosura. Ella había preparado un arroz de lisa que hasta El Oso lo elogió con su voz de trueno:

—¡Esto suena más sabroso que el chinchorro nuevo cuando lo estrenan en diciembre!


Hasta ahí todo bien, hasta que apareció el pipón mayor, el verdadero protagonista: Chimaco. Venía sudao como totuma en fiesta patronal, con una camisa que le quedaba más apretada que promesa de político en campaña. Apenas llegó, saludó con su clásico tono regañón:

—¿Y el chivo dónde está? ¡Yo vengo con hambre e’ tres días!


—¡Tú sí eres más maluco que un zancu en chancleta! —le gritó Choncha desde el tambor—. ¡Dejá la gritadera, que aquí se viene a reír, no a reclamar pensión!


Pero Chimaco no venía a reírse, venía a devorarse lo que encontrara. Comenzó a comer con un entusiasmo que parecía que le habían dicho que se acababa el mundo. Se empacó dos platos de arroz, tres pedazos de carne y una porción de ensalada que nadie había pedido.


—¡Ese lo mantie’n a punta de agua e’ florero! —murmuró La Gillette, que ya lo estaba mirando con desconfianza y navajita lista, por si las moscas.


—¡Más pegao que garrapata en oreja e’ burro! —dijo Jolón entre tragos—. Se le siente el hambre en la mirada.


Y fue en ese momento, cuando Chimaco se estaba sirviendo el quinto pedazo de carne, que Kiko Toncel soltó la carcajada y dijo lo que quedaría grabado en la historia popular del pueblo:

—¡El que nace pa’ pipón, ni si lo fajan chiquito!


Todos estallaron en risas. Hasta Tata Chú, que ya iba por el segundo trago y estaba de visita en el pueblo, dijo:

—¡Ese man jode más que calzón prestao, pero tiene su gracia!


Víctor Ñoñi, mientras acomodaba unos versos en una servilleta manchada de guandú, sentenció:

—Eso no rima ni con fiebre, ¡pero tiene cadencia de costilla con ají!


Chago Pérez, siempre romántico, aprovechó para recordar a una de sus musas:

—A esa mujer la enamoré con boñiga en las botas… pero si me hubiera visto comiendo como Chimaco, me deja.


La Yeya, entre risas, le tiró un beso a Chimaco y dijo:

—¡Con esta lengua me meto en la corte, pero si como así me botan antes del reinado!


Mientras tanto, Taparito ya andaba insinuando una promesa:

—Si yo gano la próxima elección, declaro esta parranda patrimonio fonsequero… ¡y a Chimaco, monumento nacional del hambre viva!


Pero lo más icónico fue al día siguiente, cuando Chimaco amaneció tendido en una hamaca del Hotel Raquelita, sin camisa, con la barriga al sol y el aliento como espantajo de maíz. Chinto Manjarrez, dueño del hotel, lo miró desde la entrada y soltó su clásico saludo:

—¡Aquí el huésped llega por una noche y se queda por la risa… o por empachao!


Y así fue como se selló el dicho con historia. Desde entonces, cada vez que en Fonseca alguien se servía doble ración, alguien gritaba:

—¡El que nace pa’ pipón, ni si lo fajan chiquito!


Y si por ahí alguien intentaba hacer dieta, Zapurro, que pasaba en su volqueta, bajaba la ventanilla, soltaba un pitazo y decía:

—¡La carga no habla… pero el motor se queja!

No hay comentarios.:

SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE

Con tecnología de Blogger.