El Taco, los Dorados y el Decimero Eterno de Fonseca

 

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Por: Wilson Rafael León Blanchar 


—Ajá, ¿ustedes se acuerdan de Miguel ‘El Mocho’ Antonio Álvarez Banqueth? —preguntó Choncha, mientras se limpiaba la boca con la manga de la camisa y le daba un palmazo al banco—. ¡El mismo, hombre! El que cantaba décimas como quien se espanta los zancudos con la risa.


—¿El que podaba árboles y rimaba hasta los regaños? —preguntó Agustín Pitre.


—¡Ese mismo! —contestó Choncha—. Nació en Caracolí, Sabana de Manuela, por allá en el 29, cuando en Fonseca todavía las colitas eran montadas por su mamá, Doña María del Carmen Álvarez, una pionera de las ventas sabrosas. Y llegó aquí de pelao, en el 41, con los pies llenos de tierra, pero con el alma llena de décimas.


—¡Ajá! ¿Y entonces? —dijo Víctor Ñoñi, con el cuchillo raspando un mango verde.


—Pues un día, hace años ya, Miguel se fue a pescar al pozo de Doña Raque con Dolorito González, como siempre. Pero ese día no llevaba solo atarraya ni anzuelo, ¡llevaba un taco de dinamita! —Choncha hizo una pausa dramática y levantó las cejas—. Sí, señor… venía dizque con ganas de “hacer rendimiento”.


Dolorito se le plantó serio:

—“¡Miguel,  ¿Tú sabes que el río no se dinamitea?”

Pero Miguel, terca la cabeza como bagre atrapao en atarraya, prendió la mecha y… por error, lanzó fue el tabaco al agua, ¡y se quedó con el taco en la mano!


—¡Juemadre! —soltó Efraín, golpeando la palma con la lata.


—Cuando quiso reaccionar, resbaló y cayó al agua justo cuando ¡pum! explotó el taco. La dinamita le arrancó la mano derecha y los guabinos hambrientos y maliciosos del pozo, se la comieron hasta dejarle solo la esperanza.


Desde entonces lo llamamos ‘El Mocho’, pero eso no le quitó ni la rima ni la risa. Siguió cantando en patios, en plazas, en barrios y hasta en San Andrés, donde decía que el mar también tenía oídos para sus décimas.


—¿Y murió de viejo? —preguntó Ñoñi.


—Murió de amor… el 22 de julio del 2017. Dicen que no resistió la muerte de su compañera, y que se fue detrás de ella, en silencio, como quien apaga una vela en la madrugada. Lo enterraron con respeto, pero sin el reconocimiento que se merecía. Aunque te digo algo: ese hombre está vivo en cada décima que uno escuche en Fonseca.


—¿Y en el Museo? —preguntó Agustín.


—Ah, claro, allá está su foto, su biografía, y un CD con sus décimas, como testimonio de un hombre que rimó con el alma y pescó con el corazón.


Choncha terminó la historia y miró al cielo, como si allá estuviera Miguel, afinando una décima con los ángeles pescadores:


"En el río de la vida,

no hay que pescar con engaño,

que si tiras dinamita,

¡te quedas sin el rebaño!”


Y todos en el grupo se quedaron un rato callados… hasta que Efraín, con su cuchara-lata, marcó el compás de la risa:


—¡Ese mocho era completo, carajo!

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