La estirpe de un francés y el linaje de la tierra guajira

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar 


En las ramificaciones de la historia del Caribe colombiano, hay nombres que resuenan con la fuerza de la tierra misma, y otros que llegan de lejos, como vientos nuevos, a mezclarse con las raíces ya sembradas. Tal es el caso de José Laborde Ariza, un hombre cuya vida tejió puentes entre la sangre francesa y el temple guajiro, y cuyas huellas, aún hoy, respiran en las memorias familiares de los descendientes de Santiago Blanchar y Margarita Arredondo, viejos pobladores de estas tierras.


José Laborde Ariza nació en Riohacha el 19 de marzo de 1872, hijo del capitán francés José Laborde, un navegante que recaló en estas costas cuando la brisa del Caribe aún olía a pólvora y esperanza. Su madre, Mercedes Ariza Blanchar, era hija de María Blanchar Arredondo, quien a su vez descendía de una de las ramas más antiguas del linaje Arredondo, apellido que cargaba resonancias de abolengo peninsular y era mencionado con respeto en los caminos de Fonseca y sus alrededores.


La historia de José Laborde Ariza se alzó sobre los cimientos de su herencia, pero no se detuvo allí. Su vida pública fue intensa y de gran relevancia. Fue elegido Senador de la República, Gobernador del Magdalena, y en 1923 fue designado como Intendente de La Guajira, cargo desde el cual impulsó obras que marcaron un hito en la consolidación del territorio guajiro como parte activa de la nación. Su nombre circulaba con honor en las páginas de El Espectador y en los discursos de las plazas públicas, en una época donde pocos se atrevían a defender los intereses de estas tierras áridas y valientes.


Casado con Lucrecia Pacheco Baquero, José Laborde Ariza dejó descendencia en varias ramas. Con Lucrecia tuvo a Victor Manuel Pacheco Laborde, figura destacada que se abriría paso en los círculos políticos de Guajira. Y tuvo también otros hijos: Nelly, Carmiña, José Francisco y Gonzalo Laborde Pacheco, entre quienes se distribuyó el legado de un apellido que ya había comenzado a forjar su lugar entre los referentes de la historia guajira.


Esa descendencia, esparcida entre los arenales de Riohacha, los vientos de Barrancas, los corredores de Fonseca y las lomas de San Juan del Cesar, eventualmente se cruzó —como suele hacerlo el destino— con los caminos de otros clanes igualmente antiguos. Entre ellos, los de Santiago Blanchar, hombre de carácter firme y paso respetado, y Margarita Arredondo, mujer de temple y sabiduría que supo transmitir a sus hijos la dignidad del trabajo y el valor de la palabra.


La confluencia entre los Laborde y los Blanchar-Arredondo no fue únicamente de sangre, sino también de destino. Fue en ese entrecruce donde el relato de un linaje francés se volvió parte del pulso del vallenato profundo, de las tardes de tertulia bajo los almendros de la plaza, y de las historias contadas al pie de una hamaca. Fue allí donde el pasado de Europa se hundió con naturalidad en el barro de nuestras raíces.


Y así, en la trama de nombres y apellidos que algunos podrían ver como simples registros civiles, se esconde una crónica mayor: la de un pueblo que ha sabido acoger, transformar y dignificar lo que viene de fuera, sin perder lo propio. En esa mezcla se forjaron hombres como José Laborde Ariza, y por esa misma mezcla respira aún hoy, silenciosa pero firme, la memoria de aquellos ancestros que caminan con nosotros… aunque sus nombres se pronuncien ya sólo en voz baja, cuando las puertas se cierran y la historia se cuenta con respeto.

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