El secreto de Juan Antonio Blanchar
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Por: Wilson Rafael León Blanchar
En Fonseca se sabía que Juan Antonio Blanchar, el viejo de 112 años, no era cualquier comedor. Su truco no estaba en la cantidad, sino en la disciplina: cada comida tenía un solo dueño.
En la mañana, por ejemplo, desayunaba yuca asada con ensalada fresca, y con eso tenía energía para recorrer la sabana.
A mediodía se servía su cerdo asado, jugoso, sin arroz ni fríjoles que lo acompañaran. Y en la noche se acomodaba con una berenjena guisada o un tomate partido con sal. Nunca mezclaba los alimentos, y nunca comía hasta la saciedad.
“El secreto es comer antes de llenarse, pa’ que el cuerpo siempre quiera más”, decía, dándose palmaditas en la barriga.
Vira Tiempla, con su lengua mordaz, le preguntó un día:
—¿Y usted no queda incompleto, viejo, comiendo tan poquito y de a uno solo?
—Mija —respondió Juan Antonio, con una sonrisa pícara—, incompleto queda el que confunde la barriga con basurero. Yo como lo justo y dejo el resto pa’ mañana.
Ahí entró Changa, ondeando su pañuelo blanco:
—¡Este viejo no tiene tres cerebros, sino tres relojes! Uno pa’ la cabeza, otro pa’ la barriga y otro pa’ saber cuándo parar.
Y como siempre, Efraín el de la Lata, cuchillo y tarro en mano, sacó su copla:
“Come poco y por su turno,
sin llenarse hasta reventar,
y así vivió Juan Antonio,
más de un siglo sin chistar.”
Al principio, la gente lo miraba raro: un hombre que en la noche comía solo tomates, al mediodía solo pescado o en el desayuno solo arepa. Pero poco a poco entendieron que había sabiduría en esa rareza. Para él, la cabeza, el corazón y el intestino eran tres cerebros que pedían orden y medida.
—Si mezclo, se pelean; si me harto, se duermen. Pero si los escucho, trabajan contentos.
Y así, entre turnos de carbohidratos, proteínas y hortalizas, Juan Antonio fue alargando la vida como quien estira un acordeón en plena parranda.
Cuando murió, sereno como el río Ranchería en verano, Fonseca entera lo despidió con un dicho que quedó sonando en cada mesa:
—El que come por turno, vive ligero; el que se atiborra, se va primero.
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