Deforestación, extracción y contrabando en La Guajira (1700–1945): puerto, frontera y familias
Por: Wilson Rafael León Blanchar
I dentroducción
Entre el siglo XVIII y la primera mitad del XX, La Guajira fue un espacio de frontera donde ecología semiárida, redes indígenas wayuu y rutas marítimas del Caribe articularon un circuito de extracción —maderas tintóreas, cueros, dividivi y sal— íntimamente trenzado con el contrabando. Riohacha, más que un simple embarcadero, funcionó como bisagra entre el interior (Valledupar, Fonseca, Barrancas, Urumita) y las islas neerlandesas (en especial Curazao), así como con plazas de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. En ese cruce emergieron casas mercantiles de origen curazoleño, neerlandés y francés, y luego, desde fines del XIX, comerciantes sirio-libaneses.
1) Orígenes del contrabando de frontera (siglo XVIII)
El contrabando en La Guajira tiene raíces en el propio orden colonial: el monopolio comercial de la Corona española y la escasez de abasto en la “costa de Tierra Firme” incentivaron mercados paralelos. Curazao —conquistada por los neerlandeses en 1634 y convertida en puerto franco— se consolidó como plataforma para redistribuir manufacturas europeas y adquirir, por canje, cueros, sal, tintes y perlas en puertos como Riohacha. La literatura histórica sobre el Caribe resalta el papel central de Curazao y de redes sefardíes y neerlandesas en ese tráfico, en competencia con ingleses y franceses.
En el extremo peninsular, los wayuu mantuvieron autonomía militar y económica, con control de pasos, caletas y rutas de caravaneo; su participación fue clave tanto para “hacer circular” mercancías como para negociar con corsarios y mercaderes extranjeros. Para el siglo XVIII, estimaciones de la época hablan de ingresos del contrabando en el Caribe hispano del orden de millones de pesos anuales —una fracción significativa canalizada por la fachada guajira y maracaibera—, mientras los listados de “puertos del fraude” incluyen las Antillas neerlandesas, Jamaica, Barbados y enclaves de la costa venezolana. Los padrones de “pacificación” muestran, además, el poder demográfico-militar wayuu (miles de hombres armados) con el que la Corona debió negociar o enfrentarse.
2) De frontera a interfaz portuaria (1820–1860): Curazao, tratados y auge tintóreo
La independencia no desactivó el circuito: lo reorientó. El Tratado de 1829 entre Colombia y los Países Bajos facilitó un vínculo regular con Curazao; a partir de allí, comerciantes procedentes de la isla se establecieron en Riohacha, dominando pronto el negocio de importación de licores, telas y víveres, y la exportación de “frutos del país”: palo de brasil o de tinte, dividivi y cueros. Hacia 1846, fuentes del período calculaban embarques promedios de 5.000–6.000 toneladas anuales de palo de Brasil, más 4.000 quintales de cueros, y en los años 1850 el movimiento anual de buques superó las 30.000 toneladas. El flujo no sólo era neerlandés: llegaban también vapores y veleros franceses y británicos.
La documentación portuaria local de 1848–1849 es elocuente: salida de la goleta estadounidense Hunter a Nueva York con palo y cueros; arribos del brigt Georgiana (Liverpool) a cargar para Nicolás Daníes; la barca francesa Hércules con consignaciones a Danies; y capitanes judíos curazoleños como Jacob R. Méndez moviendo carga para casas Salas y Pinedo.
3) Extracción y deforestación: maderas tintóreas, dividivi y sal
El auge del palo de brasil/tinte —madera tintórea cotizada por las industrias textiles— supuso un frente de corte que se extendió desde el sur de La Guajira hacia los montes del norte de Valledupar (entre los ríos Cesar, Garupal y Guatapurí). En 1880, el geógrafo F. A. Simons estimó 300 toneladas exportadas de palo de tinte, junto con 250 de café de Villanueva y 200 de cueros; para 1874 ya se registraban volúmenes de dividivi, otras especies forestales y sal marina dentro del balance exportador regional. El transporte era a lomo de mula por ocho días hasta Riohacha, un indicador del esfuerzo extractivo detrás de esas cifras. La presión sobre bosques secos y matorrales —más la recolección intensiva de dividivi (Caesalpinia coriaria) para curtientes— sugiere una huella forestal significativa en el ecotono guajiro-cesarense.
Botánicamente, el dividivi crece de forma abundante al oriente y occidente de Riohacha; las vainas curtientes fueron recolectadas por pobladores locales y exportadas por el puerto (insumo demandado por curtiembres de Europa y EE. UU.). Desde fuentes técnicas del Banco de la República hasta diagnósticos ambientales recientes, el dividivi se reconoce como especie emblemática del paisaje y de la economía histórica regional.
En cuanto a la sal, las salinas naturales de Bahía Honda y Quebrada fueron explotadas manualmente durante el XIX; la explotación industrial en Manaure arrancó en los años 1920 con concesiones privadas y, en 1941, el Banco de la República asumió la administración y mejoró técnicas e infraestructura. Para 1948, la capacidad instalada rondaba 20.000–30.000 toneladas/año. La sal, pese a su cosecha “solar”, articulaba circuitos comerciales y fiscales que convivieron —y compitieron— con el contrabando.
4) Contrabando “de frontera”: escalas, rutas y actores
Las rutas ilícitas combinaron cabotaje costero y pasos hacia Zulia/Maracaibo (Sinamaica, Paraguaipoa), integrando redes indias y criollas. La documentación de 1840–1861 muestra que, además del comercio legal, persistía un continuo intercambio transfronterizo de cueros, sal y productos tintóreos. Las autoridades intentaron reglamentarlo por su “inevitabilidad” y utilidad, al tiempo que denunciaban pérdidas fiscales.
Hacia fines del XIX, estimaciones comparadas sugieren que el contrabando pudo rondar entre 35% y 40% del comercio guajiro, superando, en ciertos rubros, la recaudación aduanera efectiva. Incluso cuando hubo guardacostas, los contrabandistas operaban buques artillados y los celadores desconocían con precisión los límites de su jurisdicción marítima. En paralelo, el Estado neerlandés llegó a instalar consulado en Riohacha (1856–1909), reflejo de un intercambio “gris” donde lo legal y lo ilegal se tocan.
5) Franceses, neerlandeses y curazoleños en plaza (y el papel wayuu)
Desde mediados del XIX, Curazao fue el principal socio comercial de Riohacha. Inmigrantes de la isla —judíos sefardíes y neerlandeses no judíos— dominaron el comercio local, operaron barcos propios y mantuvieron tránsitos con Venezuela, Estados Unidos y Europa. A la par, franceses y británicos aportaron buques y manufacturas (por ejemplo, tejidos y quincalla). En los años 1850 se calculaban 12–14 buques grandes al año con destino a Francia, y el retorno de exportaciones tintóreas se contabilizaba en unos 250.000 pesos anuales a mediados de siglo.
Las alianzas matrimoniales y de negocios consolidaron la articulación con la Alta Guajira: el curazoleño Johannes (Juan) Weeber se unió con Mauricia Epieyú, hermana del jefe de clan Pedro Quinto Epieyú; sus hijos —como Samuel Weeber Epieyú— combinaron lenguas (wayuunaiki, español, papiamento) y controlaron comercio y transporte regional hacia fines del XIX. A la vuelta de siglo, Weeber Hermanos tenía casa de comercio, barcos propios y tránsitos con Curazao y Europa.
6) Nombres propios: un catálogo mínimo de familias y casas (legal y de contrabando)
La documentación consolidada por investigaciones del Banco de la República y archivos locales permite identificar apellidos y casas con actividad en Riohacha y su zona de influencia (siglos XIX–XX temprano):
Judíos sefardíes de Curazao: Pinedo (Gabriel, Isaac), Salas, Méndez (Jacob R.), Casseres, Álvarez Correa, Del Valle; actuaron como consignatarios, capitanes y exportadores de palo de brasil y cueros; incluso se constata la figura de un rabino en plaza (Mordechay Álvarez Correa).
Neerlandeses/curazoleños no judíos: Danies (Nicolás Daníes Palm), Weeber, Van Leenden, Van Stralen, Illidge; con barcos propios, casas de compra de “frutos del país” y préstamos a productores locales.
Franceses: Dangond, Lacouture, Lafaurie, Laborde, Bernier, Chapel, Dugand; presentes en la plaza y en la cadena exportadora/importadora (barcos consignados, casas de comercio).
Españoles: Cano (Antonio), Daza, Castro, Cotes, Baute, Molina, Ariza; socios frecuentes de operaciones de carga tintórea y cueros.
Italianos: Gnecco, Berardinelli, Canova, Giovanetti (complementando el mosaico mercantil regional).
Árabes (sirios, libaneses, palestinos): Abuchaibe, Bendeck, Nader, Namen, Habid; ingresan con fuerza desde fines del XIX y primeras décadas del XX, actuando en el comercio de frontera (con ramas que, si bien podían entrar por Barranquilla, “hicieron su vida comercial” en La Guajira).
Clanes wayuu vinculados al comercio*:* Epieyú (alianzas con Weeber), entre otros; centrales en la logística regional (pasos, arreos, cabotaje y control territorial).
A nivel micro, los movimientos del puerto de 1848–1849 dejan huella de estas redes: Danies como consignatario de buques británicos y franceses; Pinedo, Salas y Méndez en expediciones a Nueva York y Europa con cargas de palo y cueros.
7) 1900–1945: reacomodos, fiscalidad y transición
Entre 1900 y 1930, Riohacha siguió siendo un punto de entrada de inmigrantes y mercancías para La Guajira y el Cesar, aunque la gravitación portuaria del Caribe colombiano se desplazaba hacia Santa Marta y Barranquilla. En 1870–1912 la población de Riohacha creció ≈210%, y para 1880 la exportación de palo de tinte alcanzó 300 toneladas, con 10–12 goletas fondeadas de manera ordinaria. Sin embargo, la decadencia perlífera, la competencia de tintes sintéticos y el cambio de rutas afectaron la bonanza maderera.
En lo fiscal, a fines del XIX y comienzos del XX, los informes de renta muestran tensiones entre ingresos aduaneros y pérdidas por contrabando: se calcula que 35–40% del comercio de La Guajira pudo moverse por canales ilícitos, pese a esfuerzos de vigilancia. En el sector salinero, el salto institucional de 1941 —cuando el Banco de la República tomó a su cargo las salinas marinas— marca la transición hacia formas industriales que caracterizan el período posterior a 1945.
Conclusiones
La trayectoria de La Guajira entre 1700 y 1945 confirma que frontera y puerto no se excluyen: se potencian. El contrabando nace de una combinación de restricción colonial, geografía costera porosa y agencia indígena wayuu que, lejos de ser marginal, fue estructurante. Tras la independencia, las redes curazoleñas (judías y neerlandesas) y la presencia francesa consolidaron a Riohacha como interfaz atlántica de una economía extractiva (palo de brasil, dividivi, cueros, sal) cuya huella ambiental fue notable en los bosques secos y matorrales del piedemonte cesarense-guajiro. El catálogo de familias —Danies, Pinedo, Casseres, Méndez, Salas, Álvarez Correa; Weeber; Lacouture, Laborde, Dangond, Dugand; y, después, Abuchaibe, Bendeck, Nader, Namen, Habid— permite ver cómo, durante más de un siglo, comercio legal y de contrabando compartieron hombres, barcos, capitales, alianzas matrimoniales y puertos. La institucionalización de la sal en los años 1920–1940 anuncia el giro hacia un ciclo distinto, pero no borra la impronta de ese largo período en el paisaje, en los apellidos y en la memoria económica de La Guajira.
Fuentes principales citadas (selección)
Carrillo Ferreira, J. “Una frontera en movimiento”: la conformación del puerto de Riohacha en el siglo XIX. Etudes Caribéennes. Datos de cargas (palo de brasil y cueros), tonelajes y vínculo con Francia; linajes sefardíes en plaza.
Aguilera Díaz, M. Aspectos históricos y socioeconómicos de las salinas de Manaure. Banco de la República. Industrialización (1920s) y administración (1941).
Banco de la República, CHEE 32. Empresarios en las economías rurales de La Guajira y el Cesar, 1870–1930. Listados de familias (Danies, Weeber, Lacouture, etc.), consulado neerlandés (1856–1909), series estadísticas (1874, 1880), y estimaciones del peso del contrabando (35–40%).
Maldonado Camargo, M. Contrabando y pacificación indígena en el Caribe hispano. Scielo. Panorama del contrabando en el XVIII y papel de potencias europeas y puertos de fraude.
Universidad de Cartagena. Participación y actividades económicas de los judíos en Riohacha (s. XIX). Movimientos portuarios (1848–49), consignaciones, capitanes y casas (Danies, Pinedo, Salas, Méndez).
Laurent, M.; Conde, J.; y otros en El comercio indio-criollo en La Guajira colombo-venezolana (1840-1861). Rutas, escalas y regulación en la frontera con Venezuela.
Banco de la República, Productos forestales (CL_5). Nota botánica y económica sobre el dividivi (Caesalpinia coriaria) en La Guajira.
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