El sermón de los dólares fugitivos

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar 


Era un hombre fornido, con bigote juguetón y mirada de vivo alegre, de esos que nunca perdían la chispa para rematar cualquier conversación con un chiste. Vestía siempre camisa de lino medio abierta y, cuando hablaba, movía las manos como quien reparte cartas de dominó. Todos lo conocían en el pueblo, aunque él no necesitaba presentaciones: bastaba con oírle soltar una carcajada o lanzar un dicho sabroso para que la gente supiera quién estaba en escena.


Aquella tarde, bajo la sombra de un trupillo en Fonseca, le leyeron el escrito de Joaquín Guillén sobre la descertificación de Estados Unidos a Colombia. El hombre se acomodó, dejó caer la ficha de dominó sobre la mesa con estrépito y exclamó:


—¡Ajá, vean ustedes! Allá no lloran por la cocaína… ¡lloran es porque sus dólares se fugan como novias en fiesta de quinceañera! Eso sí les duele, porque no hay peor tragedia pa’ un gringo que ver su billete verde atravesando fronteras sin pagarle peaje a nadie.


Las carcajadas brotaron, pero él, con tono de consejero disfrazado de humorista, siguió:


—No se engañen, compadres. A esos señores de Washington no les quita el sueño que en sus universidades se esnife más polvo que en una carpintería. ¡Lo que los trasnocha es ver la divisa corriendo por Panamá, por Suiza, y hasta reposando en los calabozos de algún banco criollo que luego se hace el loco!


Un curioso, queriendo tantearlo, preguntó:

—¿Y si Trump quisiera acabar con eso?


El hombre lanzó una risotada que hizo vibrar la mesa del dominó:

—¡Trump! Ese podría firmar un decreto prohibiendo el consumo, pero decretar que en su país no se meta nadie un pase sería como decretar que en La Guajira no se sude al mediodía. ¡Eso es pura payasada, hermano!


Todos rieron, y él, con voz de maestro de barrio, remató:


—Aprendan de esto, muchachos: cuando alguien grite mucho contra el pecado ajeno, revisen primero qué bolsillo está cuidando. La descertificación no es sermón de moral, es grito de bolsillo roto. Y si quieren entender a Estados Unidos, no miren la coca… ¡miren el dólar, que ese sí es su verdadero altar!


El silencio fue breve, porque enseguida las carcajadas regresaron, mezcladas con el golpe de las fichas sobre la mesa. Y el hombre, satisfecho, siguió jugando, como quien suelta una lección sin dejar de repartir humor.

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