El Caballo Virtual de Bolívar y las Riendas Maniatadas de San Martín
Por Wilson Rafael León Blanchar
En estos tiempos de hipocresía global, Venezuela sigue enviando petróleo a los Estados Unidos… y sin embargo, el país del norte la sanciona. Es un juego de espejos: con una mano castiga, y con la otra recibe el combustible que mantiene su economía. Así es el gigante del Norte: toma la riqueza de los pueblos latinoamericanos y, cuando alguno busca su propia identidad o una relación distinta con otras potencias, le aplica el azote de las sanciones.
El mapa del poder mundial se dibuja con petróleo, litio, agua y comida. Las riquezas del sur siguen sirviendo al bienestar del norte, y cada intento de independencia energética o diplomática es respondido con advertencias, bloqueos o “licencias condicionadas”. Pese a todo, empresas estadounidenses —como Chevron— continúan operando en suelo venezolano, bajo permisos especiales. Es la vieja historia de la dependencia, maquillada con nuevas palabras.
Pero entre esas sombras, resplandece una imagen que no muere: el espíritu de Simón Bolívar galopando en un caballo virtual por toda Suramérica. No levanta polvo, sino ideas. No carga espada, sino conciencia. Bolívar recorre las redes sociales, los foros y las calles digitales donde aún se sueña con una segunda independencia. Su voz suena distinta, pero el mensaje sigue intacto: “La unidad es la fuerza.”
Mientras tanto, allá en el sur, San Martín parece tener las riendas maniatadas. Su legado de prudencia y honor yace adormecido entre los tratados comerciales y los pactos políticos que posponen la soberanía. Bolívar cabalga en la palabra; San Martín observa desde el silencio. Pero ambos siguen allí, vigilando a sus pueblos que aún buscan una causa común.
América Latina vive en una contradicción permanente: somos ricos en recursos, pero pobres en decisión; somos dueños del subsuelo, pero inquilinos del destino. Cuando nos acercamos a China, Rusia o Irán, el látigo del “orden internacional” cae de inmediato. Cuando obedecemos, nos premian con préstamos, tratados y falsas sonrisas.
Sin embargo, algo está cambiando. Hay un murmullo que crece en los jóvenes, en los campesinos, en los músicos, en los que aún creen que la historia puede reescribirse desde abajo. El caballo de Bolívar galopa también en ellos. No es un fantasma: es una energía que vibra en cada gesto de dignidad.
Tal vez el día en que el sur deje de agachar la cabeza y el norte entienda que la justicia no se mide en barriles, sino en respeto, la historia vuelva a escribirse no con sanciones ni contratos, sino con acuerdos entre iguales.
Hasta entonces, el caballo virtual de Bolívar seguirá cabalgando en el alma de un continente que no se rinde, y las riendas de San Martín esperarán la mano firme de un nuevo libertador.
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