El Día en que el Viento Opinó sobre la Guerra

 


hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar 


En Fonseca, cuando el calor se arrodilla ante el crepúsculo y el cielo se pone del color de una guayaba madura, el pueblo entero parece escuchar los rumores del viento del Rancherías. Aquella tarde, el rumor no traía noticias de lluvia ni de cosecha: venía hablando de guerra.


Y, como era costumbre cuando las cosas se ponían raras, todos fueron a buscar refugio en la casa de Amistad, el exburgomaestre más cordial del municipio, el mismo que saludaba a todo ser vivo con su frase inmortal:

—¡Amistad, cómo está usted y su familia!


La sala olía a café con panela y a leña recién encendida. En torno a la mesa se habían reunido los de siempre: Changa, con su guacharaca templada en re menor; Efraín el de la Lata, afinando el cuchillo contra el borde metálico; Enrique Marulanda, de voz aguda y espíritu de picaflor; Canilla, que apostaba hasta por el número de risas que soltaría el grupo; y Choncha, con su sombrero ladeado y el oído siempre atento a los cuentos del aire.


Esa noche también habían llegado tres visitantes ilustres: William la Estrella, con su camisa brillante y su eterna risa de parranda; Periquito, el que imitaba a los políticos mejor que la misma radio; y el cura Oñate, que había ido no tanto a bendecir como a escuchar, porque decía que en la casa de Amistad hasta los pecados se volvían chistes santos.


En medio del bullicio, Efraín golpeó el radio viejo para que agarrara señal. Tras un chisporroteo, una voz metálica anunció:


—Última hora: los Estados Unidos no descartan una acción militar sobre Venezuela...


Las risas se apagaron. Hasta la guacharaca de Changa enmudeció. Enrique Marulanda rompió el silencio:

—¡Ajá! Si esa gente se mete allá, a nosotros nos cae la guerra por rebote. ¡Va a tocar hacer trincheras con tapias de barro!


William la Estrella levantó su copa de ron y soltó, entre carcajadas:

—Tranquilo, Enrique. Si la guerra llega a Fonseca, yo la recibo con un porro y le enseño a bailar.


Periquito, que ya se había subido a una silla, imitó la voz del presidente de un país poderoso:

—“Nosotros venimos en son de paz, pero traemos los tanques por si acaso.”


La sala entera se dobló de risa, pero el aire se espesó de pronto. Un viento frío entró por las rendijas de la ventana, moviendo los retratos y haciendo parpadear la luz. El radio, sin que nadie lo tocara, volvió a hablar:


—Probabilidad de guerra civil: sesenta a ochenta por ciento...

—Probabilidad de esperanza: depende de los pueblos que canten...


El cura Oñate levantó su rosario.

—Si hasta el viento está opinando, muchachos, esto se puso serio.


Choncha respondió sin miedo:

—Padre, cuando el viento habla, es porque el cielo anda conversando con los hombres.


El retrato de Bolívar, colgado sobre el diploma de alcalde de Amistad, se inclinó levemente. Algunos juraron que el Libertador suspiró.

Entonces Amistad, con su voz de alcalde veterano, se puso de pie:

—Hombres, mientras exista el saludo sincero, no habrá bala que nos divida. ¡Amistad, cómo está usted y su familia!


Y el viento se detuvo. El radio enmudeció. Solo se oyó a Efraín dándole tres golpes ceremoniales a su lata, como si clausurara el acto con ritmo de tambor cívico.


—¡Milagro! —dijo Changa, persignándose con el pañuelo.

—Milagro no —corrigió Periquito—, eso fue diplomacia criolla.


Todos rieron, y William la Estrella improvisó un verso que todavía anda rodando por las calles de Fonseca:


“Si la guerra se aparece, que venga a parrandear,

porque en la casa de Amistad nadie la va a respetar.”


El cura Oñate, entre tragos de agua bendita y carcajadas terrenales, levantó las manos:

—Que el Señor los oiga... pero si esto sigue así, voy a tener que confesar al viento también.


Cuando la madrugada abrió los ojos, el cielo sobre la calle de los Higuitos tenía un resplandor blanco. Algunos juraron ver una figura ondeando una bandera de paz, otros dijeron que fue solo la bruma. Pero desde entonces, cada vez que sopla un viento fuerte en Fonseca y se habla de guerra por los noticieros, la gente sonríe y dice:


—Tranquilos, ese es Amistad preguntando cómo está el mundo y su familia.

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