"Negros hijueputas"

 

hoyennoticia.com, "Negros hijueputas"

 

Por Gustavo Bolívar Moreno

Hace tres siglos a los negros los cazaban como animales en África. Luego los vendían a un traficante de humanos que los metía en un barco, encadenados durante largos meses de travesía y al llegar a América los volvían a vender. Los exhibían en público, con cadenas en el cuello, les levantaban los gruesos labios para que los compradores observaran sus blancas y sanas dentaduras y los subastaban. ¿Quién da más?


Su nuevo amo lo ponía a trabajar en su hacienda de sol a sol, casi sin descanso, sin salud, sin derechos. Cuando el negro o la negra tenían un hijo, este pasaba a ser propiedad del amo de sus padres. Al crecer, ese niño heredaba la esclavitud de sus padres y el ciclo se repetía. Cuando el negro intentaba sublevarse, o cometía un error o simplemente se cansaba, era reprendido a latigazos o a permanecer colgado, sin agua ni alimentos durante días enteros. Cuando escapaba, el negro era perseguido como animal hasta ser cazado nuevamente, vivo o muerto. Si al amo le gustaba la mujer del negro, sencillamente la tomaba sin permiso y la accedía sexualmente sin ninguna consideración y sin importar el dolor del negro. Si la hija del negro despertaba algún apetito sexual al amo, este también la tomaba para él, las veces que quisiera. Al fin y al cabo eran de su propiedad.

Cuando, “en teoría” se acabó la esclavitud, el negro siguió siendo discriminado. El color de su piel no era tolerado en clubes, ni en escuelas militares, ni el concilios religiosos y menos en palacios gubernamentales de occidente. El negro fue relegado a dos actividades, principalmente; O era artista (actor, músico, cantante) o era deportista. En ambos frentes sobresalieron de manera superlativa. Por ejemplo, en agosto de 1936 un joven negro de 22 añitos, abofeteo el orgullo del líder histórico de la supremacía y la discriminación universal. Sucedió en Berlín en medio del delirio de miles de alemanes que repletaban el estadio olímpico. Los deportistas alemanes listos a complacer al Führer, eran los favoritos de la prensa y del público para arrasar con la medallería del atletismo de los Juegos Olímpicos. Estaban descansados, mientras la delegación norteamericana acaba de cruzar el Atlántico en un buque.

De repente aparece en el partidor un joven afro, representante de los Estados Unidos. Hitler tuvo que sentir rabia y asco por su presencia. Sin embargo, su superioridad le impidió pensar, siquiera, que sus atletas no pudieran aplastarlo. Se equivocó. Aquel hombre menudo de piel oscura, de nombre Jesse Owens, partió como una bala a devorarse los 100 metros que lo separaban de la gloria y de la historia. Cruzo por la tribuna donde estaba Adolfo Hitler como un destello, como una gacela negra. Nunca miró para atrás y menos para el lado. Recorrió los cien metros en 10 segundos y 3 décimas, nuevo récord mundial. Los alemanes llegaron después y no hay que tener mucha imaginación para imaginar la rabia del líder nazi. Sin embargo quedaban varias competencias para reivindicar la superioridad de la raza Aria, para recuperar el orgullo Nazi.

Pero no hubo tal. Owens ganó también la competencia de los 200 metros, también la de 4X100 y también el salto largo. Un negro acababa de colgarse cuatro medallas de oro ante los ojos del magnánime Adolfo Hitler. Pero de nada valió. Luego de vestir de gloria la bandera norteamericana, el negro terminó trabajando en una lavandería y haciendo demostraciones circenses compitiendo contra un caballo. La fama ni siquiera le alcanzó para que su raza fuera respetada.

El racismo no era exclusivo de los Estados Unidos ni de la Alemania Nazi. En Colombia, Jorge Eliécer Gaitán también luchaba por los derechos de los afrodescendientes. Cuenta la leyenda que un día, durante una manifestación en Buenaventura, otros dicen que en Quibdó, ante una plaza abarrotada de negritudes, el líder liberal los saludó de una forma no muy ortodoxa: “Negros hijueputas” les gritó antes de hacer una pausa que les sirvió a los negros para sonreír por la sorpresa que les había causado el singular saludo. Al cabo de unos segundos les repitió la dosis: “Negros hijueputas”, les gritó de nuevo con su voz melodiosa y chillona y aquí empezaron las molestias. Las risas se transformaron en rabia y desconcierto. Pero el dominio de masas que tenía Gaitán era absoluto. Él sabía que la muchedumbre se aguantaba un tercer madrazo y lo soltó enseguida acompañado de una queja: “Negros hijueputas… así los trata a ustedes la oligarquía criolla pero esto lo vamos a cambiar entre todos”. De inmediato la plaza estalló en aplausos y vítores. Era el comienzo de una lucha contra el racismo que aún no termina. Una conquista pendiente porque el racismo no se supera con leyes. Se requiere de una actitud frente a la vida. Una tolerancia que no se decreta pues ella nace de profundos cambios culturales y educativos.

En 1948, mientras en Colombia asesinaban a Gaitán, según una senadora que pareciera tener problemas mentales, crimen perpetrado por sicarios de la izquierda internacional, en Suráfrica, con el voto de los blancos, porque los negros no podían votar, el Partido Nacional de Suráfrica, ganador de las elecciones, implementó un régimen segregacionista que pisoteó, literalmente, los pocos derechos que le quedaban a los negros.

Quedaron prohibidos los matrimonios interraciales, se les prohibió la libre movilización y se les demarcaron las zonas por donde podían o no pasar para que no tuvieran contacto con los blancos. El presidente de esa nación, un pastor cristiano de nombre Francois Malan, dictó, en 1951, más leyes para segregar, apartar, separar a los blancos de los negros. Por ejemplo, los negros no podían adquirir propiedades en las zonas urbanas a fin de mantenerlos en zonas rurales.

Esta humillación del hombre por el hombre parió para los derechos humanos a un ser de luz. Nelson Mandela. Uno de sus primeros actos, en 1.952, fue iniciar una campaña de resistencia civil pacífica por la cual fue arrestado y condenado por primera vez.

El gobierno de minoría blanca (solo el 21% de la población era blanca) creó en 1.953 zonas para distanciar a los negros de los blancos. En escuelas, bancos, parques, y demás sitios públicos fueron demarcadas las zonas donde deberían permanecer los negros, alejados de la zonas donde departían los blancos. En autobuses y en los paraderos también había segregación. Los negros esperaban su transporte en un lugar y los blancos en otro. Esta canallada sin razón recibió el nombre de apartheid y las normas que transcribo en esta columna aparecen en la “legislación del Apartheid”.

Obviamente los sitios para negros eran más pobres, descuidados, mal presentados, muchas veces sin luz ni agua, más lejanos y apartados, más feos. Dice un artículo de Wikipedia que “Inclusive las ambulancias estaban segregadas, por lo cual en caso de accidente era indispensable avisar de la raza de la víctima en tanto una ambulancia «para blancos» tenía derecho de negarse a llevar un negro mientras que las ambulancias «para negros» rara vez contaban con equipo médico para emergencias” . En los hospitales el drama no era distinto. Los de los blancos estaban equipados y los de los negros no.

Hubo casos de infame expropiación en los que, por ejemplo, se expulsaba a los negros de un barrio para construir allí barrios para blancos.

Entre tanto, en Norteamérica, las cosas no eran menos distintas. El negro no podía tomar el asiento de un auto bus, así este estuviese desocupado. No podía entrar a restaurantes de blancos. A veces, los blancos se cambiaban de acera cuando veían venir a un negro. Los oficios más precarios tenían un negro como destinatario. Hasta que irrumpió en el escenario político un pastor protestante de la iglesia bautista llamado Michael King, Jr., más conocido en la historia como Martin Luther King.

Al igual que Mandela, era un hombre de paz, que con la misma filosofía con la que Cristo y Gandhi habían revolucionado a la humanidad en sus respectivas épocas, la no violencia, quiso reivindicar para sus hermanos negros, los derechos civiles universales, el derecho a la libertad, a la autodeterminación, a la dignidad, el derecho a trabajar y estudiar, a elegir y ser elegido, el derecho a ser. Fue una lucha ardua, larga, paciente, inteligente, estratégica. Repito estos adjetivos para aquellos que sienten desconsuelo por la libertad otorgada a Alvaro Uribe: Fue una lucha ardua, larga, paciente, inteligente, estratégica pero sobre todo digna.

Empezó oficialmente el primero de diciembre de 1955 cuando Rosa Parks fue arrestada por no ceder su asiento de autobús a un hombre blanco. Rosa, mujer negra, digna, sin miedo, cansada tal vez de las humillaciones, se rehusó a ser pisoteada de nuevo por una ley absurda. Estaba violando las leyes segregacionistas de la ciudad de Montgomery. Ante su arresto, los 42.000 negros de la ciudad se fueron a paro. Un uribista de hoy, ubicado en esa época, exclamó con no poco odio: “Vándalos asquerosos, boicotearon el transporte público, no dejan producir, mamertos castrochavistas inmundos que quieren incendiar el mundo, produzcan”. No sé si el uribista les hubiera reconocido que fueron más consistentes y persistentes que nosotros. A lo mejor sí porque el boicot al transporte público, enmarcado dentro de una campaña de resistencia civil no violenta, consistente en no tomar el autobús, aunque tuvieran que caminar, 10, 20 o 30 kilómetros para llegar a sus trabajos, duró 382 días. Más de un año, versus las nuestras que nunca pasan de una tarde.

El movimiento, liderado por King junior logró su objetivo gracias ¿adivinen a quién? Sí señores, a la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, en palabras de nuestro uribista teletransportado a los años cincuenta, una corte “socialista, comunista, castrochavista, merecedora de una ley que la extinguiera”.

El 13 de noviembre de 1956, la Corte declaró ilegal la segregación de negros en restaurantes, escuelas, autobuses y lugares de trabajo y espacios públicos. Al año siguiente, Luther King fue apuñalado por una mujer que lo acusó de comunista. Aunque estuvo a punto de morir, perdonó a su agresora y llamó la atención a la sociedad estadounidense sobre los peligrosos niveles de rencor e intolerancia a que estaban llegando y que seguramente desembocarían en violencia racial. Dicho y hecho. Las constantes manifestaciones hicieron desesperar a la policía.

En 1960, en Suráfrica, en la población de Sharpeville, sucedió una terrible masacre. Los integrantes de los partidos “Congreso Nacional Africano” y su ala más radical el “Congreso Pan Africano” protestaban contra la imposición de que los negros tuvieran que portaran pases para ingresar a cualquier lugar. La policía, en una actitud similar a la empleada en Bogotá el 9 de septiembre de 60 años después, abrió fuego contra la multitud desarmada, tal como sucedió en Verbenal o Villaluz. 69 manifestantes, todos negros, fueron asesinados y 178 resultaron heridos. La mayoría recibió disparos por la espalda.

Un año después, a más de 10 mil millas, Luther King empezaba a ser espiado. Desde 1961, el FBI (Nuestro DAS) le empezó a hacer seguimientos ilegales, bajo sospechas de que el comunismo estaba infiltrando su movimiento por las libertades civiles. Igual a lo que sucedió aquí en la época de Uribe presidente, solo que al pastor King no le interceptaron el celular porque no existían los celulares. De resto, todo igual. A Luther King no le pudieron comprobar nada los del DAS, perdón los del FBI. Como no pudieron conseguir una sola prueba de su castrochavismo, le iniciaron una sistemática campaña de desprestigio para acabar su movimiento. Más de 18 mil negros fueron a parar a la cárcel por violar las leyes segregacionistas. Se sentaban en las iglesias, en los restaurantes, las bibliotecas y los autobuses para provocar arrestos. Luego venían las manifestaciones y la brutalidad policial se hacia manifiesta ante las cámaras de los noticieros.

A medida que la simpatía por los métodos no violentos del líder afroamericano crecía, crecían también los atentados contra su vida. Incendiaron su casa, pusieron una bomba en un hotel donde se estaba hospedando, volaron la casa de su hermano, y atentaron contra su iglesia. Un domingo de mediados de septiembre, el Ku Klux Klan hizo detonar una bomba en la iglesia Bautista mientras decenas de negros cantaban sus alabanzas al Señor. Cuatro jovencitas negras murieron y 22 niños resultaron gravemente heridos. La indignación se volvió Nacional y a partir de entonces el “Movimiento por los derechos civiles” entró en una fase de conquistas. Al igual que Mandela, King fue arrestado varias veces a pesar de que jamás levantó un dedo para señalar y menos para tocar a un policía.

En 1.963, con el beneplácito del presidente John F Kennedy, los negros marcharon sobre Washington donde Luther King pronunció, ante más de 250 mil asistentes a la manifestación, su famoso discurso “I have a dreem” catalogado como el mejor de la historia de los Estados Unidos. Ese mismo año y casi por la misma fecha, Nelson Mandela, quien cansado de luchar con métodos de no violencia se fue a la armas, era condenado a Cadena perpetua.

En 1.964 fue aprobada la “ley de derechos civiles” que le significó un Premio Nobel de Paz, el amor de todos los suyos, la admiración de millones de norteamericanos pero también, al mismo tiempo, el odio y el rencor de aquellos que odian la diferencia, esos mismos enfermos que se ahogan en su veneno cuando alguien piensa distinto.

En 1965, luego de una masacre de líderes por los derechos civiles que intentaron cruzar el puente de Selma, King reorganizó la marcha y partió con 3.200 manifestantes de Selma a Montgomerry. Luego de caminar diariamente 20 millas para cubrir las 684 millas del trayecto, King llegó a Montgomerry con 25 mil caminantes. Ese mismo día fue asesinada la activista de derechos civiles Viola Liuzzo por parte del Ku Kux Klan. La protesta por el asesinato de Viola, que era una mujer blanca, que luchaba por los derechos de los negros, de hecho transportaba a varios de ellos mientras fue atacada, condujo a la aprobación, cinco meses después, de la ley que le daba derecho al voto a los negros.

Luther King nunca se detuvo. Criticó la alianza de los gobernantes de su país con dictadores y terratenientes latinoamericanos, se fue lanza en ristre contra la guerra de Vietnam, criticó la invasión de su país al país asiático y lo calificó como “el mayor productor de violencia del mundo”. Denunció el millón de muertes producidas por su país en esa guerra, una buena parte niños, y propuso que los fondos de la guerra fueran destinados a solucionar los problemas sociales de los pobres de su país. Este discurso fue fuertemente atacado por la prensa que por aquel entonces estaba hinchando de nacionalismo a los americanos, por lo que Luther King perdió algo de su popularidad.

En marzo de 1968 se desplazó a Memphis con el fin de apoyar una huelga de los recogedores de basura de la ciudad que luchaban por igualar las condiciones salariales que tenían los blancos dentro de la empresa. Luego viajó a Chicago a acompañar las luchas de los pobres.

Lo cierto es que Martin Luther King, se volvió una piedra en el zapato para el establecimiento. Había que sacarlo del camino, había que frenarlo. Hasta que lo lograron. Primero lo acabaron a punta de noticias falsas y luego lo “neutralizaron” como diría nuestro senador José Obdulio Gaviria. Martin Luther King jr. fue asesinado en Memphis el 4 de abril de 1.968. Un hombre blanco llegó hasta el balcón de un hotel donde se aprestaba a ver un concierto y le propinó un disparo en la garganta. La noche anterior había pronunciado un discurso premonitorio en el que dijo no estar asustado, no tener miedo a la muerte y haber sido autorizado por “el Señor” para ascender a la montaña.

Su asesinato desató la furia del “poder negro” (Black Power). En más de cien ciudades de los Estados Unidos hubo motines que dejaron un saldo de 48 personas muertas. A sus funerales asistieron 300 mil personas.

Ocho años después, otro negro, otro pacifista, otro crítico de la guerra fue objeto de un atentado por proponer un concierto gratuito por la paz de Jamaica: Bob Marley. Como sucedió antes del atentado contra Luis Carlos Galán, los escoltas de Bob desaparecieron como por arte de magia. Al momento aparecieron siete pistoleros. Le hicieron más de 80 disparos a él a su esposa y a su manager. Milagrosamente ninguno murió, aunque los tres resultaron heridos.

No obstante los logros de Luther King, y la consolidación de los derechos de los negros en Suráfrica por el sacrificio de Nelson Mandela, quien permaneció preso durante 27 años, los negros siguen siendo discriminados en todo el mundo. Aunque ya los Estados Unidos tuvieron su primer presidente negro con Barack Obama, el asesinato de George Floyd a manos de dos policías el pasado 25 de mayo en la Ciudad de Minneapolis y que desató la oleada de protestas más violentas de los últimos años, demuestra que el racismo sigue vivo. Las estadísticas dicen que si se es negro en los Estados Unidos, se tiene el doble de posibilidad de morir en una diligencia policial que un blanco.

Hay discotecas, aquí no más en Cartagena o Bogotá donde los inadmiten. Hay coros racistas en los estadios. Pero también tenemos nuestros negros y negras luchando por sus derechos y reivindicaciones: Luis Ernesto Olave, Francia Márquez, Víctor Hugo Vidal, Leyner Palacios, entre muchos otros. Y también nos han matado unos cuantos en plena lucha como Temístocles Machado, Maritza Quiroz, Bernardo Cuero, Emilsen Manyoma Mosquera, María del Pilar Hurtado, Hector William Mina, José Jahir Cortés, Luz Jenny Montaño, Ana María Cortés, Felicinda Santamaría, entre cientos más. A ellos todo el honor y el respeto y un lugar especial en nuestras memorias.

No obstante hay políticos ruines como María Fernanda Cabal que han denigrado de los negros con frases como esta: “Si uno pone a trabajar a los negros se agarran de las greñas”. Refleja esta frase el clasismo y el desprecio de la clase dirigente hacia los que ellos consideran “seres inferiores”. Aún así, la extrema derecha que detesta a los negros también tiene entre sus defensores a varios de ellos como el Tino Asprilla y otro por ahí cuyo nombre no quise recordar.

Sorprende la similitud de situaciones vividas en Colombia, Estados Unidos Y Suráfrica. De hecho los tres países han parido a tres premios Nobel de paz. King, Mandela y Santos. Causa estupor ver cómo son recurrentes en el tiempo las mismas situaciones de odio, de persecución, de estigmatización, de racismo que suceden en estas tres partes del mundo.

Pero no solo sucede con los afros. Hay otro sector poblacional que ha recibido vejámenes iguales o peores a las sufridas por los negros: Los indígenas. A ellos también les dicen “Indios hijueputas” como pudimos constatar en una conversación entre un funcionario del Min TIC y otro del ministerio de gobierno. Se escuchan cosas grotescas como esta: “Ellos nunca van a cambiar y van a ser miserables y brutos toda la vida… Malparidos. Yo ya odio a esos hijueputas”.

Necesitaría de otra columna para recordarles lo que han hecho con ellos. Hoy están de Minga, reivindicando derechos, reclamando lo que Duque se comprometió a entregarles en la Minga pasada y no les cumplió. Salud, educación, vías, dinero para sustituir cultivos ilícitos.

Negros, indígenas y pobres siguen siendo hoy objeto de masacres y persecuciones, de desplazamientos y atentados por parte de sectores intolerantes y excluyentes interesados en el caos para pescar votos en medio del miedo. El líder que ha inspirado el odio en Colombia, el inspirador de nuestro Ku Klux Klan criollo ha quedado suelto ayer, aunque ya lo estaba. Con el caso en la Fiscalía y la Fiscalía en manos de un fanático de su mismo partido no crean que su situación pueda cambiar en los próximos años. Pueden aparecer nuevas pruebas y testimonios sobre su supuesta participación en masacres y crímenes y nada pasará.

Colombia enfrentará los próximos dos años, hasta el cambio de Duque por un gobierno alternativo, porque ya tienen perdidas las elecciones, una de las peores etapas de su vida republicana. Con un desempleo en su máximo histórico, con una pandemia mal manejada que amenaza con volvernos a encerrar sin una renta básica y con más de 140 mil empresarios quebrados porque fueron excluidos de las ayudas gubernamentales, el estallido social está a la vuelta de la esquina. Esto fue lo que eligieron esos famosos 10.3 millones de colombianos en 2018, si es verdad que fueron tantos. Esto es lo que hay. Esto es lo que vamos a enfrentar con las armas que nos enseñaron Gaitán, Luther King y Mandela: La palabra, la razón, el debate, la lucha pacífica. Jesús también lo hizo de esta manera aunque hoy todos los uribistas le agradecen por la libertad de ese monstruo de intolerancia y venganza, como si Jesús fuera capaz de abogar por un ser tan abominable.

Acabemos con el racismo. Acabemos con la discriminación. El sueño de los negros debe ser el sueño de todos. El sueño de los indígenas debe ser el sueño de todos. Que el sueño de los pobres sea el sueño de todos. No descansemos hasta lograrlo. Repitamos la marcha de Selma de casi mil kilómetros, repitamos un boicot de más de un año como el ocurrido Montgomerry a las empresas que patrocinan la masacre. Traigo a colación estos hechos de estas ciudades norteamericanas, aprovechando que Donald Trump, ha erigido a Gustavo Petro como un líder mundial progresista, como un referente de la izquierda latinoamericana. Ya quisieran otros candidatos en Colombia que el hombre más poderoso del mundo los tuviera en el radar.


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