ELISEO RECLUS Y SU PASO POR VILLANUEVA

 

COLUMNISTA

HERNÁN BAQUERO BRACHO

 

El reconocido investigador y escritor francés Elisée (o Eliseo en español) Reclus, estuvo recorriendo La Guajira y visitando a Villanueva específicamente en el año de 1855 y todo ello lo dejó escrito en su famoso libro “Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta”, donde visitó a Monsieur o “Musiu” Dangon y estuvo en La Sierra Negra donde observó en primer plano las plantaciones de café y de caña de azúcar, que tenía “Musiu” Dangon y otros plantadores de Villanueva. Aquí les presentó apartes del libro de su visita a Villanueva y que fue traducido en la época por el ingeniero Silvestre Dangond Daza, quien estudió en París y fuera el constructor del famoso “Puente Salguero” y quien fuera hermano del ex gobernador y ex alcalde de Valledupar, Jorge Dangond Daza.

 

“En 1855, un proyecto de explotación agrícola y el amor a los viajes, me llevaron a la Nueva Granada. Después de una permanencia de dos años, volví sin haber realizado mis planes de colonización y de exploración geográfica; sin embargo, y a pesar del mal resultado, nunca me felicitaré bastante por haber recorrido ese admirable país, uno de los menos conocidos de la América del Sur, ese continente así mismo poco conocido…

 

… La muralla de rocas que se levanta por encima de la ribera derecha del Ranchería debe evidentemente su forma actual a las olas de un lago o de un río que venían a golpear su base; es una antigua ribera escarpada como lo prueban los promontorios, las grutas, los terrenos de aluvión de los llanos inmediatos y las conchitas de agua dulce esparcidas por allí. Todas las colinas que rodean esta hoyada, están cortadas por escarpas a pico, cuyas bases se encuentran a la misma elevación: no se puede dudar que en otro tiempo se extendió una gran capa de agua entre la Sierra Nevada y la cadena de los Andes llamada Sierra Negra. Quizá el río Magdalena atravesaba entonces este lago de agua dulce y corría por el lecho actual del Ranchería, y es posible que poco a poco el gradual levantamiento de la Sierra Nevada hubiera derramado el lago en el mar y arrojado el Magdalena más al oeste, hacia el golfo que se extiende entre Cartagena y Santa Marta, después de llenarse con los aluviones del río. Hasta la presente, la elevación del terreno que separa la hoya del Ranchería de la del río Cesar, afluente del Magdalena, es de poca consideración, y podría excavarse fácilmente un canal que reuniese las aguas del alto Magdalena con el puerto de Riohacha. Si la Nueva Granada comprendiera sus intereses comerciales, el primer ferrocarril importante que debería construir sería el que uniese a Riohacha con Tamalameque, sobre el Magdalena; la corriente comercial seguiría la dirección que le ha trazado la corriente de las aguas en las edades geológicas, y atravesaría una hoya de fertilidad inmensa, en la cual existen ya numerosos centros de población: San Juan, Fonseca, Barranca, Cañaveral, Urumita, Badillo y Valledupar.

 

Una de estas localidades, Villanueva, a donde llegué dos días después de  haber pasado la cresta de San Pablo, me llamó la atención especialmente por su apariencia de prosperidad y su situación bella a maravilla. Las casas

pintadas de amarillo, están sombreadas por árboles de una corpulencia rara aún en la zona ecuatorial; buenos caminos, por los cuales podrían circular fácilmente los carruajes, cruzan en todos sentidos; las acequias o canales de irrigación, corren sobre piedras con suave murmullo, conservan en los huertos la más rica vegetación, y a lo lejos se extiende una explanada inmensa de verdura enclavada entre dos hileras de montañas paralelas, de las cuales una tiene dos mil y otra de cinco a seis mil metros de elevación. Al este, la Sierra Negra, cadena relativamente baja y sin embargo más alta que nuestros Vosgos, extiende sus grandes valles cubiertos de bosques y despliega sus redondas cimas por sobre las del Cerro Pintado, que se destaca como una gran fortaleza rectangular, y proyecta sus bastiones alternativamente blancos y negros. Al oeste, la Sierra Nevada, de escarpas rojas y desnudas, corona su enorme muro detallados picos en forma de pirámide y cubiertos de inmaculadas nieves como con un vestido de mármol.  Todas las mañanas, el fenómeno de iluminación, tan notable en los Alpes, se reproduce sobre estas montañas con todo su esplendor... Cuando los rayos del Sol naciente aparecen por sobre las cimas de la Sierra Nevada y van a herir las puntas opuestas, trazan al principio en el cielo una inmensa bóveda de luz, en seguida alumbran los varios faros brillantes de los picos de la Nevada; la luz desciende por grados sobre los flancos de los montes como un inmenso incendio, envuelve toda la cadena con un manto de fuego, y esparciéndose en fin en la explanada, cambia en innumerables diamantes las gotas de rocío y hace brillar el agua de los torrentes.

 

Un plantador de Villanueva, Monsieur Dangond, a quien yo había sido recomendado especialmente, es el tipo de esos colonos intrépidos, que hacen solos en  favor del desarrollo de un país, más que diez mil inmigrantes que esparcidos trabajen al acaso. Como tantos otros, había andado a tientas en busca de ocupación a su llegada al suelo americano, se había hecho carpintero, albañil, mercader de cotonadas, pero la fortuna no lo había favorecido en estas diversas ocupaciones. Entonces pensó en la agricultura

y tomó prestados ocho mil francos al veinticuatro por ciento anual. En seis años había pagado capital y los intereses, cultivado ochenta hectáreas de terrenos, sembrado más de cien mil pies de café, y tenía una renta anual igual a su primitivo empréstito. Lo que hizo para sí es poca cosa comparado con el impulso que le dio al país entero. Abrió anchos caminos, construyó puentes, hizo acueductos, importó plantas alimenticias desconocidas en el país, edificó lindas casas que le dan a los habitantes del llano la idea de confort. A virtud de todo esto, una docena de caballeros de Villanueva, Urumita, y Valle Dupar, que antes de la llegada de Monsieur Dangond, no tenían otra ocupación que fumar cigarrillos elegantemente, han hecho desmontar otras porciones de Sierra Negra y plantado más de seiscientas mil matas de café que producen, año bueno con malo más de trescientos mil kilogramos de fruto. He aquí lo que en seis años ha podido hacer con su energía un simple extranjero, adeudado desde el principio de su empresa, por la tasa más que usuraria del capital tomado a préstamo.

 

Cuán inferior es en comparación la influencia de su prestamista, rico comerciante, cinco veces millonario, que posee en la Sierra Negra muchas leguas cuadradas de un terreno muy fértil y minas de cobre, de riqueza tal, ¡que en muchas leguas se ven en el flanco de la montaña las venas salpicadas de verde azul! A pesar de todos estos elementos de colonización y de la fortuna de que dispone, el rico propietario no ha sabido sacar hasta ahora ningún partido de su inmenso dominio. Para tener éxito en un país nuevo es necesario saber hacerse poco a poco a una posición independiente, y no buscar una ya explotada. En Europa, el hombre pertenece, por decirlo así, a su profesión, a su oficio; en América, elige libremente su carrera. De aquí ese extraordinario desarrollo del sentimiento de libertad, más que suficiente para explicar las instituciones republicanas del Nuevo Mundo. Un hombre que ha dominado los acontecimientos, que ha hecho que el destino le obedezca, no puede ceder a los agentes de policía, a los gendarmes, a los empleados de cualquier clase que sean, ni plegarse a las mil exigencias y dificultades de las leyes.

 

La plantación de Monsieur Dangond está situada a dos leguas de Villanueva; es una especie de circo dominado por colinas de suaves pendientes que se apoyan en la base del cerro Pintado; en un espolón proyectado en el centro del circo se hallan situados los edificios de explotación, la era y la casa de campo; todas las labranzas se ostentan en el fondo del circo y en la pendiente de las colinas, de manera que pueden abrazarse con un solo golpe de vista. En un lado están los platanales, doblegándose bajo el peso de los robustos racimos, más allá las cañas de azúcar, cuyos penachos color de violeta ondulan al viento, más distantes los cafetales en quincones, cuya sombría verdura está salpicada de innumerables mazorcas rojas. Abajo la extensa explanada del río Cesar, nivelada como la superficie de un lago, muestra de uno a otro horizonte sus ondas de verdura, en medio de las cuales se presentan aquí y allí algunos puntos blancos y rojos: son los pueblos de la llanura. Dentro de poco tiempo estos puntos, muy separados aún, aumentarán sin duda en número y crecerán como las islas que surgen lentamente del seno de los mares; después se unirán por líneas cultivadas, y estos campos concluirán por parecerse a los nuestros en los que abundan las labranzas, y los árboles no se ven sino en bosques aislados.

 

Dos días después de haberme separado de Monsieur Dangond, tuve ocasión de ver a uno de esos criollos perezosos que pasan la vida balanceándose en una hamaca; acababa de llegar yo al pueblo de Corral de Piedra, y pedí hospitalidad en una casa en que, algunos años antes, el hijo del célebre mineralogista alemán Karsten, había permanecido muchos días. Hablé a mi huésped de la bella plantación que acababa de ver, y me contestó levantando los hombros: “Bah! ¿Acaso el señor Dangond come más plátanos que yo? Soy tan rico como él, porque puedo comer y gozar a mi gusto”.

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