La Palabra de 'Mano Quique' y el Toyota Macho
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Por: Wilson Rafael León Blanchar.
En la calle principal de Fonseca, bajo la sombra de un frondoso árbol de higuito, Don Enrique Marulanda, mejor conocido como "Mano Quique", repartía chistes y verdades como quien reparte naipes en una partida de brisca. Sus amigos de siempre—José Manuel Daza, Francisco Toncel, Guillermo Parodi, Néstor Guillermo Torres y Marcos Gómez—lo acompañaban en una tarde de dominó, aguardiente y cuentos de nunca acabar.
Entre jugada y jugada, con el repique de las fichas sobre la mesa de madera y la brisa tibia de Fonseca empujando el aroma del café, Mano Quique dejó caer una de sus frases filosóficas:
—"¡La palabra vale más que una escritura!"
—"Pero Mano Quique, eso era cuando la gente era seria"—replicó Jaime Acosta, rascándose la cabeza—. "Hoy si no hay papel con sello y notario, te tumban como a chivo en mercado."
—"¡Pamplinas!"—saltó Don Enrique, golpeando la mesa—. "Cuando yo digo algo, se cumple. Que no vengan a decirme que la firma de un papel vale más que la cara de un hombre decente."
Justo en ese instante, un Toyota Macho apareció en la carretera, levantando una polvareda que hizo toser a Guillermo Parodi. El conductor, un forastero de gafas oscuras, detuvo el carro y asomó la cabeza por la ventana.
—"Buenas, señores… ¿saben dónde queda la ferretería?"
Mano Quique se levantó lentamente, se sacudió la guayabera y con su estilo pausado, como quien está a punto de soltar una verdad universal, respondió:
—"¡Ah, paisano, usted llegó a la única ciudad del mundo donde los carros tienen sexo! Aquí en Fonseca hay Toyota Macho y Toyota Hembra… pero si lo que busca es la ferretería, siga derecho y doble en la segunda esquina."
Se hizo un silencio sepulcral. José Manuel Daza fue el primero en soltar una carcajada, seguido por Francisco Toncel, que casi se cae de la silla. El forastero, entre confundido y divertido, se rascó la cabeza, dio las gracias y arrancó a toda velocidad, dejando una nube de polvo y un montón de risas en el aire.
Francisco Franco, que no podía parar de reír, le dio un golpe en la espalda a Mano Quique:
—"¡Compadre, usted debería tener un programa de radio!"
—"No hace falta"—respondió Don Enrique—, "con ustedes como audiencia, ya tengo el circo completo."
La tarde se fue apagando entre más cuentos, una que otra mentira bien adornada y el tintineo del aguardiente llenando los vasos. Cuando el sol comenzó a despedirse detrás de los cerros, Mano Quique se sacudió los pantalones, se levantó y, antes de irse, se aclaró la garganta.
—"¡Momento! No puedo irme sin dejarles una joyita."
Y con voz de parranda, entonó un paseo vallenato que improvisó en el acto:
🎶
Bajo un palo de higuito,
con to’ el combo reunido,
Mano Quique echó un cuento
y el pueblo quedó prendido.
"Kico" rió hasta el cansancio,
y "Tito" casi se cae,
mientras "Zapurro" tosía
con el polvo que no para.
Si en Fonseca hay Toyota,
pa’ macho y pa’ hembra también,
lo que falta es que inventen
uno que venga con tren.
Pero que no se confundan,
ni se dejen engañar,
si Mano Quique lo dice,
esa vaina es de verdad. 🎶
Los amigos aplaudieron, entre carcajadas y palmadas en la mesa.
—"¡Mano Quique, usted se las trae!"—gritó Néstor Guillermo Torres, secándose las lágrimas de risa.
—"¡Hombre, si no canto yo, quién va a dejar viva la historia!"—respondió Don Enrique con una sonrisa pícara, montándose en su bicicleta y perdiéndose entre la brisa tibia de la calle principal de Fonseca.
Y así, entre risas y cuentos, quedó sellada otra de las historias legendarias de Mano Quique, donde su palabra seguía valiendo más que cualquier escritura.
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