Cara 'Pía'

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar.


Era un mediodía de esos en que el sol de Riohacha no perdona ni a las iguanas. Luis,  'Lucho', Peñaranda, Tata Chú y el profesor Toncel estaban sentados en la terraza de Tata, bajo la sombra de un almendro testarudo que se resistía a soltar sus hojas. Sobre la mesa, una botella de aguardiente titilaba como si también estuviera sudando.


—Muchachos, la cosa hoy está caliente como paila de matarife —soltó Tata Chú, echándose fresco con un cartón de cervezas vacío.


—¿Y cuándo no, Tata? Si aquí hasta las lagartijas buscan sombra —le respondió Luis Peñaranda, dándole un sorbo al trago.


El profesor Toncel, con su aire serio pero chispeante, miraba de reojo a la calle, como si estuviera esperando que algo pasara. Y pasó.


Por la esquina apareció un hombre alto, delgado, de piel morena y con un lunar grande en la cara. ‘Cara Pía’. Pero no el original, no el que había llegado de Dibulla en los años 50 vendiendo dulces, sino el otro, el camaronero… ‘Pepita Pía’, el que tenía la puntería de un indio guajiro con las piedras.


Tata Chú, que tenía más travesuras encima que un mono en carnaval, no aguantó la tentación y, en un tono apenas audible, murmuró:


—Pepita Pía…


Pero bastó. El camaronero se paró en seco, giró la cabeza como un buitre y afiló la mirada.


—¿Quién fue el hiju… que me gritó eso? —rugió.


El profesor Toncel escupió el trago, Luis Peñaranda se acomodó el sombrero y Tata Chú, con su descaro de siempre, se hizo el loco mirando al cielo.


‘Pepita Pía’ no esperó respuestas. Metió la mano en el bolsillo, sacó una piedra y la lanzó con la precisión de un beisbolista.


—¡Mijitooooo! —gritó Luis Peñaranda, esquivando el proyectil con un brinco de gato flaco.


La segunda piedra rebotó en la puerta de Tata Chú, y la tercera fue tan certera que tumbó el botellón de agua que estaba en la entrada.


Los tres se metieron a la casa a toda carrera. Desde adentro escuchaban los pasos del camaronero alejándose, murmurando improperios y pateando piedras.


Después de unos minutos, cuando la tormenta había pasado, Tata Chú asomó la cabeza con cautela.


—¿Se fue? —preguntó Luis Peñaranda, aún agitado.


—Se fue… ¡pero nos dejó la botella intacta! —anunció Tata Chú, como si hubiera descubierto un tesoro.


Los tres salieron, se sentaron de nuevo y, con la mirada puesta en la calle por si acaso, siguieron la parranda. Eso sí, de ahí en adelante, si pasaba ‘Pepita Pía’, bajaban la voz y se aseguraban de que ninguna piedra estuviera cerca.

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