El Diablo en La Negrita y el Burro Asustado

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar.


Después de haber hecho retumbar a Riohacha con su acordeón en los carnavales y de haber empinado más ñeque del aconsejable, Francisco El Hombre Moscote decidió emprender camino hacia su pueblo natal, Machobayo.


La noche era clara, con una luna redonda y brillante que alumbraba el sendero como un farol celestial. El viento fresco aliviaba el calor acumulado del día y hacía que las hojas de los árboles susurraran entre sí. Francisco iba montado en su burro Meteoro, tambaleándose con el vaivén de la marcha, con el acordeón terciado y una sonrisa de medio lado que delataba el peso de la parranda en su cuerpo.


—Ay, si el ñeque me tumba, no me voy a quejar… —murmuró arrastrando la voz, dándole un manotazo cariñoso al pescuezo del burro.


Pero Meteoro no caminaba con la misma tranquilidad de siempre. Iba inquieto, con las orejas tiesas y el andar indeciso, como si la brisa le trajera un olor extraño. Francisco, con la paciencia de un borracho convencido de que todo marcha bien, le dio otra palmada.


—¡Vamos, compae, no te me vengas a rajar ahora, que el camino está más claro que el agua y yo voy derechito!


Apenas dijo esto, una figura se plantó en mitad del sendero. Un hombre alto, vestido de negro, con un sombrero de ala ancha que le cubría media cara. Su sonrisa era apenas un reflejo en la luz de la luna, pero sus ojos brillaban con una intensidad inquietante.


—Buenas noches, Francisco —dijo con una voz grave que pareció retumbar en la brisa—. Me han dicho que eres el mejor con el acordeón. ¿Te atreverías a un duelo conmigo?


Francisco, entrecerrando los ojos y tratando de enfocar, arrugó la frente.


—¿Y usted quién es?


El hombre avanzó un paso y la luz de la luna le iluminó el rostro.


—Me llaman de muchas formas, pero esta noche puedes llamarme… el Diablo.


El burro, que hasta ese momento había aguantado con paciencia todas las borracheras y desvaríos de su amo, lanzó un rebuzno largo y potente, echó las patas para atrás y empezó a retroceder.


—¡Quieto, Meteoro! —gruñó Francisco, aferrándose con fuerza al lomo del burro—. ¡Si te vas, me dejas en la mala!


El Diablo, con la misma calma con la que había hablado, sacó un acordeón negro como la noche y empezó a tocar "El Amor Amor" en Do mayor.


Las notas eran limpias, brillantes, con una precisión que parecía imposible. La brisa se volvió más fuerte, las hojas de los árboles se sacudieron y hasta la luna pareció brillar con más intensidad.


Francisco sintió un hormigueo en la espalda.


—Mierda, Meteoro, ¡ésta piqueria sí es de verdad!


Se irguió con dificultad sobre la montura, se acomodó el acordeón y, con el ñeque aún vivo en su sangre, le respondió en La menor, con un sonido profundo, sentido, como si cada nota llevara un pedazo de su alma.


Y sin pensarlo, lanzó su primer verso, con la voz algo arrastrada por el ron:


Francisco:

"Si vienes con do mayor

pa' ganarme en este duelo,

te aviso que en La menor

yo te mando pa'l infierno."


El Diablo, con una sonrisa torcida, sin perder la compostura, respondió con la misma elegancia con la que tocaba su acordeón:


El Diablo:

"Mucho ñeque y mucha fama,

pero aquí no hay quien te salve,

con do mayor mando el fuego,

con do mayor te hago arder."


Francisco pestañeó, sintió la brisa pegándole en la cara y trató de sacudirse el mareo.


—Ah, bueno, si vamos con amenazas…


Apretó los labios y, sin dudar, le respondió con más fuerza:


Francisco:

"Yo no temo al fuego tuyo,

ni a tu música altanera,

porque toco con mi alma

y mi canto es de primera."


El Diablo, viendo que la cosa se le complicaba, lanzó su último intento con un tono desafiante:


El Diablo:

"Mucho hablas, buen Francisco,

pero escucha lo que digo:

yo soy dueño de los duelos,

y no pierdo ni un castigo."


Pero ahí fue donde todo cambió.


Las notas del Diablo eran perfectas, pero frías, sin alma. En cambio, el canto de Francisco tenía el lamento del pueblo, la fuerza del río, el sabor del polvo de los caminos.


Y con un último golpe de voz y acordeón, cerró con su verso definitivo:


Francisco:

"Si crees que me derrotas,

vas errado en el camino,

en la música y la tierra,

yo soy quien tiene el destino."


El Diablo intentó tocar una última nota… pero el acordeón no le respondió.


Las sombras dejaron de moverse, la brisa se calmó y la luna brilló con más intensidad.


El Diablo bajó la cabeza, suspiró y, con voz resignada, dijo:


—Eres bueno, Francisco. Esta vez te salvaste.


Y sin más, se desvaneció en la brisa nocturna como si nunca hubiera estado allí.


Francisco, aún sintiendo que la cabeza le daba vueltas, miró a Meteoro, se acomodó en la montura y suspiró.


—¡Compadre, qué noche la de hoy!


El burro lanzó otro rebuzno fuerte, como diciendo "Te lo advertí".


Al día siguiente, en Machobayo…


Bajo la sombra de un árbol, con la cara marcada por el trasnocho y el ñeque todavía haciéndole estragos, Francisco le contaba a El Pollo Brito y Críspulo Arnezon la historia.


—Hombre, Francisco —dijo El Pollo, entre risas—, nos dijeron que tuviste una piqueria con el Diablo.


Críspulo, cruzado de brazos, añadió:


—Pero no entendemos bien… ¿cómo fue que le ganaste?


Francisco, con los ojos rojos de la resaca y la voz ronca, se sobó la cabeza y contestó con media sonrisa:


—Pues, compadres… con ñeque, acordeón y versos… ¡y con La menor, que hasta el Diablo respeta!


Desde ese día, nadie en Machobayo volvió a dudar de que Francisco El Hombre Moscote era el único capaz de ganarle una piqueria al mismo Diablo… aunque el burro Meteoro siguió sin confiar en los caminos iluminados por la luna.

No hay comentarios.:

SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE

Con tecnología de Blogger.