Los tiempos de Chago, Enrique y Efraín
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Por Wilson Rafael León Blanchar
En el bar Los Manguitos, ese refugio sagrado donde el ron y las mentiras convivían en perfecta armonía, la noche iba tomando sabor. En una de las mesas, Changa, Jolón, Guillermo El Oso Córdoba, Víctor Ñoñi y Efraín El de la Lata comentaban sobre la nostalgia, la edad y las cosas que ya no se podían hacer.
—¡Ay, compadre! —suspiró Changa—. Es que la vida nos está pasando factura. Ya no es lo mismo.
—Tienes razón… —dijo Jolón—. Antes éramos cazadores, ahora somos la presa…
—¡Hablen por ustedes! —interrumpió El Oso, justo cuando la puerta del bar se abrió de par en par.
Los parroquianos voltearon y lo que vieron les hizo dudar de la realidad: Chago Pérez y Enrique Marulanda entraban con muchachitas de 21 años del brazo, con el porte de dos gallos finos en plena feria. Pero la sorpresa mayor fue cuando, detrás de ellos, apareció Efraín El de la Lata, bien agarrado de una morena despampanante, de vestido apretado y curvas de escándalo.
—¡Ajá, carajo! —gritó Chago, alzando la botella—. ¡Tómense su caldo de gallina y aprendan cómo se mantiene un hombre!
—¡Dieta sana y ejercicio nocturno! —añadió Enrique, guiñando un ojo.
Efraín, sintiéndose en el centro de la gloria, golpeó su infaltable lata con la mano y se sumó a la algarabía.
—¡Dígale al notario que borre mis años, porque aquí hay fuego pa’ rato!
Las carcajadas explotaron en la mesa. Víctor Ñoñi sacudió la cabeza con incredulidad.
—¡Esto no puede ser! ¿Cómo carajos hacen ustedes para andar con esas chirrinchitas?
Chago se acomodó en la silla, se estiró como un gallo en plena exhibición y contestó con tono de sabio:
—Ejercicio, hermano. Comida balanceada. Vida sin estrés.
—Y con los bolsillos rotos —remató Guillermo El Oso, alzando su vaso.
—Lo que no se gasta, lo heredan los bancos —soltó Enrique, mientras la muchachita que lo acompañaba le acariciaba la barbilla.
Efraín, con su morena abrazada, golpeó la lata y anunció:
—¡Esto se canta ya mismo!
Golpeó su lata en ritmo y empezó su improvisación:
"Dicen que estamos muy viejos,
que ya no podemos amar,
pero con una veintiuna,
yo les vengo a demostrar.
Chago y Enrique no fallan,
tienen piernas de campeón,
y yo, con mi morenita,
me siento un gallo en acción."
La algarabía se apoderó del bar, hasta que la puerta se abrió de un golpe y el ambiente se congeló. Un hombre alto, de espalda ancha y cara de pocos amigos, entró con la furia pintada en la cara.
—¡Hijo de p…! ¡Te voy a matar, viejo hijue…!
El bar entero quedó en silencio. El tipo agarró una botella y avanzó con los ojos inyectados en rabia… directo hacia Efraín.
—¡Mariana, levántate! ¡Nos vamos ya mismo! —rugió el hombre.
La morena se quedó petrificada.
—¿Qué pasa, amor? —preguntó con miedo.
Los parroquianos se miraron sin entender. El Oso se inclinó y le murmuró a Jolón:
—Hermano, creo que Efraín se metió con una mujer comprometida…
Efraín, sin soltar su lata, levantó las manos con calma.
—Compadre, compadre… no hay necesidad de la violencia.
—¡No me vengas con cuentos, viejo sinvergüenza! —bramó el hombre, alzando la botella amenazante—. ¡Mariana es MI novia!
Todos en el bar contuvieron la respiración. Efraín tragó en seco y miró a la muchacha, quien tenía los ojos como dos cocos pelados.
—Amor… —murmuró ella—. Yo no soy Mariana.
El silencio se volvió más pesado que el calor de la noche.
—¿Cómo que no eres Mariana? —soltó el tipo, bajando la botella.
—Soy su hermana gemela… Tatiana.
El bar estalló en murmullos. Chago y Enrique se miraron, tratando de contener la risa.
El hombre parpadeó varias veces, como si el trago le estuviera jugando una mala pasada.
—¿Cómo que gemela…?
Tatiana se levantó, sacó su cédula y se la mostró.
—Mira, aquí dice Tatiana…
El grandulón la tomó, la revisó y luego miró a Efraín, quien seguía con su lata en la mano y una sonrisa temblorosa en los labios.
—Hombre… ¡me hiciste pegar tremendo susto!
El bar explotó en carcajadas y Víctor Ñoñi gritó:
—¡Viejazo, pero con suerte!
El grandulón soltó una risotada y se sirvió un trago.
—¡Esta la vamos a contar toda la vida!
Efraín se sacudió el sudor de la frente y golpeó la lata de nuevo.
"Aquí nadie se retira,
aquí nadie va a sufrir,
y aunque el bolsillo esté roto,
¡seguimos sabiendo vivir!"
Y así, entre risas, anécdotas y un susto que casi manda a Efraín al más allá, la parranda en Los Manguitos siguió hasta que el gallo cantó.
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