Recuerdos del Molino Corona

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar.


A Don Juan Benigno León Ureche, al que Vicente Mendoza bautizó con el apodo de "Choto" por su corpulencia que parecía sacada de un molde de buey bien alimentado, le tocaba siempre las tareas más ingratas. En 1940, cuando no había excusa para no ser útil, el molino Corona era la joya de la cocina. Aquella vieja máquina, más remendada que pantalón de arriero, era la encargada de transformar maíz precocido en masa para las arepas. Y justo ese lunes, con veinte bocas esperando y una taza de peltre rebosante de "maíz jojoto", le cayó la tarea a "Choto".


La matrona del día, que no tenía pelos en la lengua ni paciencia en las venas, le soltó un grito desde la puerta:

—¡Apúrate, mijo! ¡No quiero verte con el uniforme arrugado y llegando tarde al colegio!


El pobre "Choto", con la presión encima, ajustó como pudo el molino, que estaba más pelado que codo de lavandera. Usaba un trapo viejo como si fuera el famoso "teflón", aunque más parecía un trozo de sábana que había visto mejores días. Se puso a girar la manivela con una fuerza que parecía estar preparando un campeonato olímpico. Y vaya que ese molino chillaba como chismosa viendo pelea de vecinas: ¡cuiiii, cuiiii!.


Todo iba bien hasta que "Choto", con ese ímpetu de joven testarudo, le dio al molino con tal velocidad que parecía un ventilador de abanico "Pacton" en su última vida útil. Pero claro, tanta fuerza no podía terminar bien. De pronto, la manivela, que ya había avisado con sus chirridos, decidió rebelarse y, ¡pum!, salió disparada y le dio un golpe en la canilla derecha que lo dejó viendo estrellitas de colores.


El dolor fue tan brutal que soltó el grito más costeño que pudo:

—¡Ay, Virgen del Carmen, que me lleva el diablo!


Para rematar, el susto y el dolor se le mezclaron y no pudo evitarse: ¡se orinó ahí mismo! Pero no iba a admitirlo, así que en su mejor intento de excusa, le dijo a su mamá:

—¡No, no es lo que usted cree! Fue agua de maíz...


Doña Eulalia Ureche Cardona, que no se chupaba el dedo, lo miró de arriba abajo, con ese ojo crítico que solo tienen las madres:

—¿Agua de maíz? ¿Y por qué huele como si una burra hubiera pasado por aquí?


Más tarde, el golpe en la canilla, el chichón del tamaño de un mango y el aroma inconfundible del pantalón lo delataron. Desde ese día, "Choto" y el molino Corona formaron parte de las leyendas del pueblo, mientras que el pilón, desplazado por la modernidad, terminó como tambor improvisado en las cumbiambas de San José de los Barrancos.


Y aunque "Choto" dejó de moler maíz después de ese día, la historia del golpe, el orín y la excusa malograda siguió siendo una de las favoritas en las parrandas costeñas.

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