"Ron, comida y..."
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
La noche se derramaba sobre el Rancherías, y la luna, grande y altiva, se negaba a ocultarse, como si quisiera ser testigo de lo que allí se cocinaba. A la orilla del río, bajo la sombra generosa de un mango cargado de frutos, Efraín ‘El Hombre de la Lata’ supervisaba el festín con la mirada de un rey en su banquete.
Sobre una mesa improvisada, la comida parecía más un ritual que un banquete. Ostras frescas, langostinos asados en su punto, carne de chivo con miel, aguacates abiertos como promesas de placer, higos y fresas relucientes, cacao en trozos oscuros y almendras tostadas. A los lados, botellas de ron con ginseng, listas para encender la sangre de los parranderos.
Los invitados ya estaban acomodados: Chema ‘Mordisco de Burro’, Ñoñi Marulanda, Chago Pérez, Changa y La Gillette, cada uno con una copa servida y los ojos encendidos por la mezcla de licor, aromas y deseo.
Las mujeres llegaron con risas y miradas pícaras, vestidas de telas ligeras que el viento del río levantaba sin vergüenza. Una mulata de labios gruesos tomó una ostra con delicadeza, la sorbió despacio y lamió sus propios labios con picardía.
—Efraín, ¿y todo este banquete?
—Pa’ que la noche dure lo que tenga que durar—respondió Efraín, golpeando su lata con el cuchillo—. ¡Aquí nadie se duerme sin haber sudado primero!
El primer trago de ron con ginseng desató carcajadas, y pronto, las carnes, las frutas y los mariscos compartían destino con los labios de los presentes. Entre bocados de higos y sorbos de miel, los cuerpos se acercaban más de la cuenta.
A lo lejos, donde el río ensanchaba su cauce, una playa de arenas blancas esperaba, discreta y silenciosa, lista para recibir a los amantes que pronto buscarían su cobijo.
—¡Efraín, suéltate un verso de esos que prenden la sangre!—gritó Pello Pello, ya con la lengua suelta.
Efraín se puso de pie, alzó la lata y golpeó el cuchillo contra el metal, arrancándole un sonido agudo que se perdió entre la brisa.
"Mujer que come aguacate
y lo baja con buen ron,
si la tocan como es,
se vuelve pura explosión."
Las mujeres rieron, meneando las caderas con un vaivén provocador. Changa, con una morena sentada en sus piernas, aplaudió con entusiasmo.
—¡Sigue, Efraín, que esto se puso bueno!
Efraín bebió un trago largo de ron con ginseng, se pasó la lengua por los labios y volvió a tocar su lata.
"Si comes ostras y miel,
y cacao con almendritas,
prepara bien la sabana,
porque hoy no habrá dormidita."
Los hombres gritaron y brindaron. La mulata de Changa le mordió el cuello con una risa traviesa. Chema, con la cara encendida por el alcohol y el deseo, levantó su copa.
—¡Efraín, dime la verdad! ¿El ejercicio en la cama sí es la mejor medicina?
Efraín se inclinó sobre la mesa con la seguridad de un sabio.
—Mira, Chema, si un hombre quiere vivir largo y feliz, que olvide los médicos y se meta entre unas piernas todas las noches.
Las mujeres aplaudieron y una de ellas, una trigueña de curvas generosas, se acercó a Efraín y le deslizó un dedo por el pecho.
—¿Y tú, viejo Efraín, sigues siendo buen atleta?
Efraín golpeó la lata con un sonido seco y dejó caer el cuchillo sobre la mesa. Se inclinó hacia la trigueña y le susurró al oído:
—Mi amor, yo no entreno… pero nunca he perdido una carrera.
La parranda siguió con el Rancherías como testigo, el viejo mango como guardián de los secretos de la noche y una luna altiva que no se atrevía a ocultarse, como si no quisiera perderse ni un solo detalle.
Uno a uno, algunos se desvanecieron entre las sombras, y sus pasos los guiaron a la arena, donde la brisa del río mezclaba susurros con el sonido de las aguas. En la playa tibia, los amantes se entregaban al deseo, mientras las huellas de sus cuerpos quedaban grabadas en la arena, solo para ser borradas con el amanecer.
Algunos ya roncaban bajo la mesa, otros se perdieron en la penumbra con una mujer entre risas bajas. Efraín, con la lata aún en la mano y el machete clavado en la madera, se sirvió el último trago, satisfecho.
Había sido una noche de esas que se cuentan con picardía o se callan para siempre.
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