“Periquito y la iluminación que se le fue de espuelazo”

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar.


En Macondo, un lunes cualquiera que olía a tierra mojada y chicharrón recalentado, Periquito amaneció con cara de profeta recién salido del monte. Tenía un cuaderno lleno de frases profundas, los pies descalzos y un pañuelo blanco en la cabeza como si se hubiese graduado de maestro zen en el Cementerio Central.


—Hoy comienza mi camino pa' disolver el ego —dijo, mientras se echaba agüita de ruda en el pescuezo.


—¿Tú qué vas a disolver, compadre? Si tu ego es más terco que burro con azotea —le gritó William “La Estrella”, que andaba en el patio, poniéndole las espuelas a un gallo fino de pluma carateja y mirada de maleante.


William, con su sombrero ladeado y pecho al aire, le hablaba al gallo como si fuera su propio hijo:


—Mírame bien, “El Silencio de Dios”, tú no vas a perder con ningún pollo de pueblo. Si el otro levanta pata, tú das vuelta. Si mete pico, tú das la muerte lenta… ¿Me copias?


Mientras tanto, Ñoñi ya tenía una totuma de chirrinchi en la mano, y Chago Pérez le echaba leña al fuego con una sonrisa torcida:


—Periquito iluminado… eso es como una cabra en misa: nadie se lo cree, pero qué sabroso es verlo intentar.


La Yeya, que no se perdía una, lo desafió con voz de trueno:


—A ver, iluminado de pacotilla… Si tanto has disuelto el ego, ven y barre el patio sin chistar. ¡Humilde es el que sirve!


Periquito, con una sonrisa que le temblaba más que la fe de un borracho el lunes, tomó la escoba. Pero justo en ese instante, “El Silencio de Dios” se zafó de las manos de William y salió disparado… ¡directo hacia los calzones de Periquito!


Un espuelazo certero, sin previo aviso, fue directo a la entrepierna espiritual del supuesto iluminado. Periquito pegó un grito que hizo eco hasta en la iglesia:


—¡Madre de todos los Budas del trópicooo!


Se cayó de nalgas, perdió el turbante y, para colmo, los pantalones le quedaron colgando en la cerca como bandera de rendición.


William soltó la carcajada:


—¡Eso es el karma en gallo, papá! ¡El ego se fue a punta de espuelazo!


Ñoñi gritó:


—¡Ese gallo es más sabio que cien maestros rosacruces!


Changa, limpiándose las lágrimas de risa, remató:


—¡Pa’ la próxima, mejor disuelve el ego con vinagre, que con gallo no se puede!


Y Periquito, desde el suelo, con una mano en la dignidad y otra en la sabiduría, murmuró:


—Esto fue una prueba... el ego dolió… pero el alma se me soltó un poquito.


Desde entonces, cada vez que alguien en Macondo se pone soberbio, le dicen:


—Bájale dos, que El Silencio de Dios no perdona iluminados.

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