Petro al Poder, los Enemigos al Congreso: ¿Cambio o Contradicción del Pueblo?

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar.


"Voto por Petro a ver qué pasa, y por el senador que me dio el techo para la casa."


Esta frase, que podría haber salido de cualquier barrio popular de Colombia, resume de manera brillante la paradoja política que se vivió en las elecciones del 2022: el pueblo llevó al poder a Gustavo Petro Urrego con la ilusión de un cambio profundo, pero al mismo tiempo, por necesidad o costumbre, le entregó el Congreso a sus opositores de siempre.


¿Estamos frente a una chambonada colectiva del elector colombiano, o fue esto un acierto del sistema democrático que buscó el equilibrio institucional? Para responder, hay que mirar el fenómeno desde varias aristas: la emocional, la social, la histórica y la estructural.


La emoción del cambio vs. la necesidad del momento


Petro encarnó para millones de ciudadanos un símbolo de esperanza, especialmente para jóvenes, campesinos, comunidades negras e indígenas, y para las clases trabajadoras de las grandes urbes. Su discurso conectó con dolores reales: el hambre, la corrupción, la falta de oportunidades, la guerra interminable. Su elección fue una reacción del país profundo ante décadas de olvido estatal. El pueblo votó con el corazón.


Pero ese mismo pueblo, con el estómago vacío o el techo cayéndose, votó al Congreso con la mano estirada. ¿Por qué? Porque el sistema político colombiano, anclado en el clientelismo, permite que muchos lleguen al Legislativo con votos comprados, favores prestados, o estructuras regionales que garantizan votos a cambio de tejas, cemento o empleo.


Es así como el ciudadano, sin conciencia de las consecuencias, divide su voto entre el sueño y la costumbre: Petro al poder para que cambie el país, y el congresista de siempre para que me ayude con la cuota de este mes. El resultado: un presidente con grandes ideas, pero sin las mayorías que necesita para convertirlas en leyes.


¿Chambonada electoral o equilibrio democrático?


En términos puramente técnicos, podría pensarse que el pueblo actuó con torpeza al no garantizarle a Petro una bancada sólida. Pero también puede interpretarse como una manifestación, tal vez inconsciente, de la sabiduría popular: evitar que un solo proyecto político tenga el control total del Estado. Eso es sano en una democracia. El problema es que, en este caso, no fue una decisión meditada, sino una consecuencia de la desinformación, el desgano y la supervivencia cotidiana.


En Colombia no existe una cultura electoral basada en el análisis de programas o la coherencia política. Se vota más por afecto, por imagen, por miedo o por dádivas. Esto genera un Congreso que no representa realmente el interés colectivo, sino la perpetuación de élites políticas, muchas de ellas enemigas del cambio que encarna Petro.


El arte de gobernar entre enemigos


Para Petro, tener un Congreso adverso ha significado una carrera de obstáculos: reformas estancadas, discursos saboteados, alianzas efímeras. Pero también ha sido una prueba de su talante como líder: debe demostrar que puede negociar sin traicionar su proyecto, que puede ceder sin claudicar.


Para sus electores, en cambio, el choque entre Ejecutivo y Legislativo ha traído frustración. Muchos sienten que el cambio prometido se quedó en palabras, sin entender que las reglas del juego institucional están diseñadas justamente para impedir los cambios bruscos. Y que ellos, al dividir su voto, construyeron el candado que hoy mantiene frenado el proyecto de transformación.


El verdadero poder del pueblo


La solución no está en cambiar a Petro ni en demonizar al Congreso, sino en educar políticamente al pueblo para que entienda que no basta con votar por un presidente que inspire. Es necesario votar con coherencia en todos los niveles: Cámara, Senado, alcaldías, gobernaciones. De lo contrario, el cambio será un espejismo cada cuatro años.


"Voto por Petro a ver qué pasa", dijo el pueblo. Y lo que pasó fue que le metieron los enemigos en el Congreso. Ahora el desafío es otro: ¿votará el pueblo con la misma emoción, pero con más conciencia, en las próximas elecciones?


La historia lo dirá.

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