Las Bonanzas de La Guajira: entre el viento y el billete

 

hoyennoticia.com

Por: Wilson Rafael León Blanchar 



En La Guajira, donde el sol amarra la tierra y el viento no pide permiso pa’ soplar, las bonanzas han llegado como visitas imprevistas: unas dejan regalos, otras resaca, pero todas un buen cuento.


Primero fueron el dividivi, el palo de Brasil y el ébano. Los montes parecían fábricas de monedas y los arrieros, desde San Juan hasta Ríohacha, sudaban diciendo: “más pesa la esperanza que el tronco”.


Luego vino la perla, joya de las playas de Riohacha y El Cabo. Los buzos, con pulmones de chivo y tercos como burro amarrado, se lanzaban al agua a buscar tesoros. Cuando subían, alguien soltaba: “¡Esto da más vueltas que trompo en la azotea!”.


Las tierras del sur trajeron la bonanza del ganado, que llenó de mugidos a Fonseca, San Juan y Villanueva. Allí decían: “plata que se va en barriga no la tumba el viento”, porque lo comido, comido se queda.


En Manaure, la sal se apilaba como montañas blancas bajo el sol, y las mujeres rezaban: “Dios me dé plata, aunque sea blanca y arisca como la sal”.


Ya en el siglo XX, Maicao se volvió la meca del contrabando: whisky, cigarrillos, telas y hasta televisores que parecían caer del cielo. Chago Pérez, entre risa y dominó, remataba: “el vivo vive del bobo, y el bobo de papá y mamá”.


Después llegó el carbón, y con él El Cerrejón que parecía un hueco negro donde entraban los trenes cargados de riqueza. Las abuelas, sin miedo a la metáfora, murmuraban: “Dios me dé plata, aunque sea negra como el carbón”.


Con el tiempo, el gas de Chuchupa y Ballenas empezó a soplar billetes, como si el viento mismo cobrara peaje.


Pero nada se comparó con la época en que los caminos polvorientos vieron correr como agua los cafeteritos y los pargos rojos. Nadie lo decía en voz alta, pero todos lo entendían. Con guiño y sonrisa murmuraban: “cuando el río suena, piedras trae”.


Y en medio de tanta abundancia, Enrique Marulanda, con su voz aguda que ya era un chiste en sí misma, soltaba en la plaza:

—¡Hombre, La Guajira no guarda la plata, pero siempre se las ingenia pa’ estrenar zapatos!


Ñoñi se levantó y expresó: Enrique,y qué de la bonanza silenciosa que deja billetes rápidos y un guayabo largo?

A lo que Enrique contestó: respóndele Moya!


Y la concurrencia reventó en carcajadas, porque sabían que cada bonanza dejaba brillo, fiesta y rumba… pero también su resaca.

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