Bajo el Toco de Kiko

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar 



En Fonseca, cuando el sol se pone bravo y el viento parece dormir, el mejor refugio sigue siendo el patio de Kiko, donde el árbol de toco da una sombra que ni los políticos más habladores se atreven a discutir. Allí, como cada tarde, estaban William la Estrella, Víctor Ñoñi, Changa y la siempre alegre Faride, que con su acento palestino-español hacía reír hasta a las iguanas.


William la Estrella abrió la conversación con tono de quien trae noticia grande:

—Compae Ñoñi, yo te digo una cosa: el presidente Petro debe andar con la cabeza caliente. Está empujando cambios, pero el país no es fácil… ni que fuera burro de carga.


Ñoñi, moviendo un cartón como abanico, respondió:

—Verdad es, William. El hombre tiene ideas buenas: quiere que la gente pobre viva mejor, que haya educación, salud, y que el país no dependa tanto del petróleo. Pero los ricos no lo tragan, y algunos congresistas lo ven como si fuera fiebre.


Changa, ajustándose el pañuelo blanco, soltó su frase con sabor de refrán:

—¡Eso es como cuando uno trata de enderezar una tapia vieja! Si empujas mucho, se cae; y si la dejas quieta, se queda torcida.


Entonces Faride, que estaba sirviendo café en pocillos de colores, intervino con su voz melodiosa:

—¡Ay, habíbis! Pero no todo es malo. Mira que los indicadores dicen que hay más empleo, que los pobres están comiendo un poquito mejor. El hombre ha hecho que el pueblo se sienta escuchado… aunque los de arriba estén que echan humo por las orejas.


Kiko, que salía de la cocina limpiándose las manos en el delantal, agregó con calma:

—Eso sí, Faride, pero también hay que decir la verdad. A veces el presidente habla más de la cuenta, se pelea con medio mundo por Twitter y se mete en discusiones que no le traen nada bueno.


Faride lo miró con picardía y soltó la carcajada:

—¡Ay, Kiko! En mi tierra dirían: “quien tiene la boca ligera, se gana enemigos pesados”. Pero al menos no es mudo, como otros que prometían mucho y no decían ni pío cuando el pueblo sufría.


William la Estrella asintió:

—Eso es cierto. Petro tiene visión, pero necesita más calma… que no todo se cambia gritando.


Ñoñi, con una sonrisa ladeada, remató:

—Bueno, compae, sea como sea, el país se está moviendo. Lo importante es que no se le olvide que la gente que lo eligió quiere ver resultados, no discursos.


El grupo guardó silencio unos segundos. El viento sopló entre las ramas del toco y dejó caer una hoja amarilla sobre la mesa. Entonces Faride, mirando al cielo, dijo con gracia:

—Al final, habíbis, todos somos hojas del mismo árbol. Unas caen antes, otras después… pero mientras tengamos sombra y café, seguimos resistiendo.


Todos rieron, levantaron sus pocillos y brindaron bajo la sombra del árbol de toco de Kiko, donde las verdades se dicen con humor y el país se entiende mejor entre risas, política y el aroma del tinto guajiro.

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