Bajo la sombra del caucho
Por: Wilson Rafael León Blanchar
En una de esas tardes calurosas en Fonseca, cuando el viento del Ranchería apenas alcanza a moverse entre los patios, un grupo de amigos se reunió bajo el viejo palo de caucho frente a la casa de Chinto Manjarrez.
William la Estrella, Ñoñi, Efraín el de la Lata, Choncha y el propio Chinto, que salió con una totuma de agua fresca, se acomodaron a conversar. Era domingo, y como era costumbre, el tema del día no tardó en girar hacia el sermón de la misa.
—Ajá, William, suelta el cuento, que te lo veo en la mirada —le dijo Ñoñi, abanicándose con el sombrero.
William sonrió y empezó:
—Pues hoy el padre Oñate predicó con fuerza. Dijo que “el orden viene del cielo y que quien respeta la autoridad, respeta a Dios”.
Choncha se rió por lo bajo:
—Ese padre sí sabe escoger las palabras, parece que estudió en la escuela de los políticos.
—Y no fue solo eso —continuó William—. Dijo también que “Dios bendice a los que trabajan y no se pasan el día murmurando en las esquinas”. Ahí Vira Tiempla soltó un “¡Amén!” que retumbó hasta en la puerta del coro.
Ñoñi soltó la carcajada:
—¡Eso fue directo pa’ ti, William!
Efraín, sin dejar de jugar con su cuchillo sobre la lata, hizo sonar un tin-tin-tin que marcó el ritmo de la risa colectiva.
Chinto, desde la mecedora, comentó con voz tranquila:
—El padre Oñate siempre sabe en qué tecla tocar para que el pueblo cante al mismo son.
William miró al cielo, donde un gallo soltó su canto de kokoroyo, y dijo bajito:
—El gallo canta, el cura predica… y la vida sigue su ritmo.
El viento del Ranchería cruzó la calle polvorienta, levantó las risas, y el palo de caucho pareció asentir con sus hojas. En Fonseca, como siempre, la fe, el humor y la palabra se dan la mano para que el pueblo siga conversando a la sombra.
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