Jesús Inrique
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Por: Wilson Rafael León Blanchar
En el colegio de Barrancas, donde el calor hace que hasta las paredes suden, Barreiro se volvió una leyenda viviente. Lo conocían porque cada año le cambiaban de asignatura: empezó dando Sociales, después Ciencias Biológicas, hasta que un día apareció en el tablero escribiendo con tiza blanca el nombre de la materia: Religión.
—Profe, ¿y usted qué sabe de religión? —le preguntó uno de los pelaos de los de atrás, los que nunca copian pero siempre levantan la mano para tirar piedra.
—¡Muchacho! —respondió Barreiro inflando el pecho—. A mí me mandaron pa’ que hable de Dios y sus discípulos… y si me mandaron, es porque yo sé.
La clase iba más o menos bien, con los muchachos entre bostezos y risitas, hasta que uno, con la seriedad de quien hace la gran pregunta, disparó:
—Profe, y entonces… ¿cuál es el apellido de Jesús?
Barreiro, sin pensarlo dos veces, y como si hubiera descubierto un secreto de Estado, dijo con firmeza:
—¡Jesús Inrique!
Las carcajadas fueron inmediatas, pero un pelao, con cara de vivo y lengua más rápida que la brisa del Ranchería, replicó:
—¡Ajá, profe! ¿Y cómo es eso si en la cruz dice INRI?
Barreiro, sudando como si lo hubieran metido en un caldero, improvisó con la seriedad de un predicador de plaza:
—Claro, muchacho… ¡con tantos años que han pasado, se pudrió el palo y lo que quedó fue esa sigla!
La clase entera se fue abajo en un estruendo de risas, uno que otro casi se cayó del pupitre. Desde ese día, en los pasillos del colegio no se hablaba de otra cosa. Barreiro dejó de ser solo “el profe de Sociales” o “el de Biológicas”: ahora era el que le puso apellido a Jesús.
Y lo mejor es que, cada vez que alguien lo saludaba, en vez de decir “Buenos días, profe”, le soltaban un “¡Ave Inrique!”… y todos se revolcaban de la risa.
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