La Risa de Santiago y los Misterios de Tomarrazón
Por: Wilson Rafael León Blanchar
Después de la Guerra de los Mil Días, los caminos entre Fonseca y Riohacha volvieron a llenarse de arrieros, bestias cargadas y comerciantes guajiros. Entre ellos destacaban los hermanos Pedro Pablo ,Santiago y Reginaldo Blanchar Fuentes, hombres de palabra y trabajo, conocidos por llevar panela, manteca de cerdo y chirrinche hacia el norte, y regresar con telas, perfumes, herramientas y maquinarias que surtían las tiendas de la Villa de San Agustín.
Una mañana despejada, partieron Santiago y Pedro Pablo con sus mulas hacia Riohacha. Al pasar por Tomarrazón, un apacible caserío de paso donde los viajeros solían descansar, tomar café fuerte y dar pasto a los animales, los atendió una mujer de voz suave y mirada profunda. Su piel mostraba las manchas blancas del vitíligo, cosa que en aquel entonces levantaba susurros entre la gente supersticiosa.
Mientras Pedro Pablo pagaba el desayuno, Santiago, que era de risa fácil, soltó una carcajada corta, inocente pero inoportuna. La señora lo miró en silencio, con una serenidad que helaba el aire, y sin pronunciar palabra volvió a su labor.
Siguieron su viaje bajo el sol radiante. Pero a poco de haber dejado atrás el caserío, Santiago comenzó a reír sin control. Al principio fueron pequeñas risas, luego carcajadas que lo doblaban sobre la montura, hasta quedar sin aliento.
—¡Pedro Pablo, auxíliame, que me voy a morir de la risa! —gritaba desesperado.
Pedro Pablo intentó de todo: agua, rezos, hasta un susto con el sombrero, pero la risa seguía.
Fue entonces cuando, al llegar a Barbacoas, se toparon con Joaquín 'Quin' Sierra, viejo conocido de la familia. Joaquín tenía su casa y una finca en Barbacoas, otra finca llamada San Agustín en Barrancas, y mantenía también hogar en Fonseca, porque como él decía: “un hombre con muchos caminos no puede tener un solo techo”.
Al ver el cuadro, Joaquín bajó la mirada y murmuró con tono de quien ya sabe la respuesta:
—Eso no es de médico, eso es de palabra mal puesta. Regresen a Tomarrazón y pídanle perdón a la señora, antes de que se le acabe la risa… o la vida.
Sin perder tiempo, dieron media vuelta. Santiago apenas se sostenía en la bestia, riendo y llorando a la vez. Cuando llegaron, la mujer los esperaba en el corredor, como si hubiera presentido su regreso. Santiago se bajó, pidió perdón entre sollozos, y al instante la risa se apagó como si alguien la hubiera cerrado con un candado invisible.
Desde ese día, los Blanchar Fuentes dejaron los viajes largos. Pedro Pablo decía en tono serio:
—Después de lo de Santiago, prefiero vender en Fonseca y dormir sin sustos.
Con el tiempo, se corrió la voz de que en Tomarrazón no se podían burlar de nadie, porque varios transeúntes que lo intentaron amanecieron pegados al asiento donde se sentaron, sin poder moverse hasta que pedían disculpas.
Y cuando algún incrédulo se reía de esos cuentos, Joaquín Sierra, entre un trago de chirrinche y una sonrisa sabia, solía decir:
—Yo tengo fincas en Barrancas y en Barbacoas, y cada vez que paso por Tomarrazón, bajo la voz y saludo con respeto… no vaya a ser que me sienten para siempre.
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