Los Indecibles y el Soponcio del Presbítero Oñate (Anécdota macondiana en clave fonsequera)

 

hoyennoticia.com



Por: Wilson Rafael León Blanchar 


Dicen que en la Aldea de Macondo, donde el calor se pega más que pecado sin confesión, llegó la noticia más esperada por los rezanderos de café y tinto amargo: la Corte Suprema de los Cielos había condenado —por fin— a los Indecibles.


No era uno solo, no. Eran legiones. Políticos reencauchados, terratenientes de sonrisa falsa y santos de misa y puñal. Los mismos que en vida se habían llenado la boca hablando de patria y libertad, mientras la justicia se les dormía entre los bolsillos.


La noticia la trajo el Oso, bajando de Guamachal en su vieja bicicleta, gritando:

—¡Señores, se armó el juicio en el más allá! ¡Los Indecibles están cayendo como mango maduro!


El bullicio se regó como pólvora por todo Macondo. En la esquina del billar, Enrique Marulanda dejó caer el vaso de ron y dijo, con su tono de relator de telenovela:

—Ya era hora, carajo, que el cielo hiciera lo que aquí no se atrevieron los jueces.


Choncha, que estaba echado en la hamaca del frente, se persignó a su modo y soltó:

—Eso no es justicia, compadre, eso es ajuste de cuentas de San Pedro.


Y mientras todos debatían en el atrio de la iglesia, el presbítero Oñate —que ya tenía los nervios más finos que una cuerda de guitarra vieja— decidió leer los pecados que aparecían en el edicto celestial.


Comenzó tranquilo, con voz de homilía dominical, pero al llegar al listado de atrocidades, su rostro cambió de color. Balbuceó, se le trabó la lengua y, con un gemido que hizo temblar los vitrales, cayó redondo al suelo como si un rayo divino lo hubiera atravesado.


—¡Le dio el soponcio del siglo! —gritó Kiko Toncel—. ¡Y sin confesarse él mismo!


El pueblo corrió en desbandada. Changa fue por agua bendita, Faride Abuchaibe buscó sales libanesas, y el Oso trató de abanicarlo con un abanico de propaganda política.


Al cabo de unos minutos, el presbítero abrió los ojos y murmuró con voz de ultratumba:

—Vi sus almas en fila, muchachos… largas como una serpiente… Los Indecibles no cabían en el purgatorio… ¡y San Pedro se quedó sin tinta para anotar tanta condena!


Desde entonces, en Macondo se dice que cuando truena sin llover, son los Indecibles cayendo uno a uno del cielo, buscando una sombra donde esconder la culpa.


Y el presbítero Oñate, cada vez que oye un trueno, se persigna tres veces y repite:

—Señor, líbranos de los vivos que aún faltan por caer.

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