La Serenata de las Latas Borrachas

 

hoyennoticia.com


Por: Wilson Rafael León Blanchar 


Mira, primo, esta historia la contaba Osvaldo “El Catire”, que hablaba más que radio apagado y tenía esa habilidad natural para exagerar sin que uno pudiera desmentirlo. Él aseguraba —con una seriedad sospechosa— que en las playas venezolanas había latas con vocación musical. Y no eran unas latas cualquiera… ¡eran latas parranderas!


Según El Catire, todo empezó un domingo de sol bravo, de esos que derriten chancleta y derriten hasta las malas decisiones. Una familia estacionó su Ford LTD tan cómodo en la playa que parecía estar de vacaciones también. Y ahí, según él, entraron en acción las latas borrachas.


—Chamo, esas latas tenían más ritmo que un cajero automático en quincena, —decía El Catire mientras movía los hombros, como si él mismo fuera la lata líder del grupo.


Cuando el carro arrancó y tocó pavimento, empezó la sinfonía:

¡CLANCLANCLANCLAN!

Parecía una comparsa de carnaval rodando debajo del carro.


El chofer, que probablemente pensó que el Ford estaba protestando por trabajo forzoso en pleno domingo, se bajó a revisar. Ahí estaba él, sudado, agachado, mirando pa’ bajo, peleando con las latas como si fueran gremlins en huelga.


Mientras tanto —según El Catire— el destino estaba bailao, y el carro, quién sabe cómo, arrancó rumbo a Wüinkat, el pueblo where, según él, “todo el que llega viene con cuento y todo el que se va se lleva otro”.


La familia, adentro del carro, quedó más confundida que burro en piscina. Al rato, cuando la historia hizo su vuelta completa y el carro terminó apareciendo en tierras guajiras, El Catire fue el primero en enterarse. Y desde ese día, él mismo se declaró cronista oficial del suceso, aunque nadie se lo pidió.


—Yo lo dije, hermano… esas latas no eran latas. ¡Eran músicos frustrados buscando gira internacional!


Y la gente, entre risa y risa, le seguía la corriente. Porque si algo es cierto, primo, es que en la frontera nadie sabe dónde termina la verdad y dónde empieza la mamadera de gallo…

pero uno igual goza escuchándolo.

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