Efraín Barliza y el revólver de yuca

 

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Por: Wilson Rafael León Blanchar 

En Fonseca, el palo de ‘toco’ en el patio de Kiko Toncel había sido testigo de incontables parrandas, pero ninguna como la que se armó aquella noche. Desde temprano, Kiko, el anfitrión, había puesto a enfriar el ron en una batea con agua y sal, mientras un caldero de sancocho de chivo burbujeaba a fuego lento.


Los primeros en llegar fueron Enrique Marulanda, con su voz de pito que arrancaba carcajadas sin esfuerzo, y Changa, con su inseparable pañuelo blanco y su guacharaca lista. ‘Mordisco de Burro’ llegó cargando su marimba, dispuesto a ponerle sabor a la noche, mientras Choncha y el Ñoñi Marulanda se acomodaban cerca del ron. Gume, con su trombón reluciente, aguardaba el momento de entrar en acción, y Carlos Huertas, con su elegancia habitual, se sentó en un taburete como quien presiente que la noche será legendaria.


En el centro del grupo, con una lata y un cuchillo en la mano, estaba Efraín Barliza, el Hombre de la Lata, marcando el ritmo con golpes firmes.


—¡Atención, carajo! —exclamó de repente, golpeando su lata con fuerza—. ¡Voy a estrenar una vaina que les va a cambiar la vida!


Todos se quedaron expectantes. Sin darles tiempo a reaccionar, Efraín arrancó con su canto:


"Por un desprecio yo me suicido..."


El Ñoñi, que tenía la boca llena de ron, escupió un chorro que casi apaga el fogón del sancocho. Pero cuando escucharon la segunda línea, la risa fue incontenible:


"Con un revólver de bollo e’ yuca,

y los proyectiles que sean de queso..."


Changa se tiró al suelo, Enrique Marulanda soltó un grito agudo que hizo rebuznar al burro de la casa vecina, y ‘Mordisco de Burro’ golpeó la marimba con fuerza, marcando el ritmo como si estuviera conjurando un hechizo.


—¡Efraín, compadre, pero qué suicidio tan sabroso es ese! —soltó Carlos Huertas, limpiándose las lágrimas de risa.


Efraín, sin perder el ritmo, golpeó su lata con determinación y continuó:


"Si tú quieres que yo esté muerto,

dame un veneno de agua de azúcar.

Me das un tiro en el corazón,

con una jarra de agua e’ panela…

Si ves que aún sigo respirando,

¡échale bastante hielo y limón!"


Gume no pudo contenerse y metió un trombonazo que retumbó en todo el patio. Efraín, enardecido por la algarabía, levantó la lata y gritó con toda su fuerza:


"¡Menéalo, vuélvelo a menear!

Menéalo, vuélvelo a menear, mamá.

De aquí pa’ allá, de allá pa’ca,

de aquí pa’ allá, de allá pa’ca… ¡Rebúscate!"


El Ñoñi, sin pensarlo dos veces, agarró una totuma vacía, la apuntó como si fuera un rifle y exclamó:


—¡Al suelo, carajo! ¡O les disparo con este trabuco de arepa e’ huevo!


Changa y Choncha se abrazaban de la risa, Enrique Marulanda se golpeaba las piernas, y Gume, como poseído, soltó un solo de trombón que más que música parecía el bramido de una vaca.


La parranda alcanzó su punto máximo. El palo de ‘toco’ parecía menearse con el viento, y la noche avanzaba sin que nadie pensara en dormir. En medio del desorden, Carlos Huertas levantó su trago y sentenció:


—¡Este no es un suicidio, este es el mejor almuerzo de la historia!


Efraín, sin perder la oportunidad, golpeó su lata y remató con el último verso de la noche:


"Si me desprecias, me pego un tiro bien suavecito,

con un revólver marca arepuela,

de esas de huevo con carne molida,

con un caldero de arroz vola’o

y sesenta presas de pargo frito!"


—¡Menea ese pargo, carajo! —gritó ‘Mordisco de Burro’, desatando otra ola de carcajadas.


Kiko Toncel, con una sonrisa de satisfacción, sirvió otra ronda de ron, decretando que la parranda no terminaría hasta que el sol estuviera en lo alto.


La juerga se extendió hasta el amanecer. Nadie recordaba quién había pagado el ron ni quién trajo el sancocho, pero lo único seguro es que aquella noche en casa de Kiko Toncel quedó grabada en la historia de Fonseca.


Donde estuviera Efraín Barliza, el Hombre de la Lata, la tristeza se ahogaba con agua de panela, el despecho se curaba con bollo de yuca, y la única bala que podía matar… era un tiro de risa.

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