El Peo del Diablo en el Billar de Martín Rodríguez
Por: Wilson Rafael León Blanchar.
En Fonseca, donde hasta la brisa sabe de chismes y el dominó es más que un juego, la parte trasera del billar de Martín Rodríguez era territorio de expertos. No se aceptaban principiantes ni "manos flojas". Ahí se jugaba cruzado, con apuestas de cerveza fría y con la ley no escrita de que el que se paraba sin excusa válida perdía respeto y prestigio.
Aquel sábado, el sol rajaba piedras, pero eso no detenía a los jugadores. En la mesa estaban los de siempre: Enrique Marulanda, Santiago Chago Pérez, Chano Torres y el inconfundible Orlando José Carrillo, alias La Gillette. Su apodo no era por su destreza con las fichas, sino porque donde pasaba, dejaba su marca... y no precisamente con perfume francés.
—Tú te comiste algo podrido, Gillette —dijo Chago entre risas, mientras le daba un trago largo a su cerveza fría—. ¡Cada vez que te paras, queda el aire como si hubieran destapado un botijo de suero rancio!
Pero La Gillette tenía su ritual. Antes de cada jugada importante, se paraba, estiraba el pantalón de poliéster y caminaba hacia el palo de mamón que crecía en el patio del billar. Se agachaba, descargaba lo que traía por dentro y regresaba con la misma cara de siempre. Solo que esa tarde su suerte no estaba con él.
Cuando le tocó poner el doble seis, sintió un cólico que le torció el alma. Se aferró a la mesa, pero la naturaleza no perdona. Con un estruendo que hizo temblar las botellas sobre la mesa, soltó un peo tan poderoso que hasta las fichas brincaron.
—¡Cuerpo de Cristo! —gritó Chago, alejándose como si hubiera explotado un petardo.
La brisa, caprichosa como siempre, arrastró la peste directo a los jugadores. Chago, que justo estaba dándole un trago a su cerveza, sintió el impacto de lleno, se atragantó y casi la escupe.
—¡Maldita sea, Gillette! —tosió con los ojos aguados—. ¡Eso no fue un peo, fue un asesinato en primer grado!
El dominó se suspendió en seco. Los mirones huyeron despavoridos, la mesa quedó desierta y hasta un perro que dormía bajo la sombra salió corriendo sin rumbo fijo.
Martín Rodríguez, que estaba en la barra sirviendo una ronda de cervezas, salió a ver qué pasaba.
—Tú te comiste una vaca muerta, Gillette, porque esa vaina no es normal —dijo tapándose la nariz con el delantal.
Pero lo peor no había pasado. Justo en ese momento, una ráfaga de viento caliente llevó el tufo directo a la calle. Un vendedor de frituras que pasaba en su bicicleta sintió el golpe de frente, perdió el control y terminó con su canasto de empanadas regado en el suelo.
Esa noche, la historia se regó por todo Fonseca. "El Peo del Diablo", lo llamaron algunos, convencidos de que algo sobrenatural había ocurrido. Desde entonces, la parte trasera del billar de Martín Rodríguez quedó marcada. Nadie volvió a jugar ahí sin antes asegurarse de que La Gillette hubiera almorzado ligero.
Y Fonseca, como siempre, siguió pariendo historias que nadie olvidará.
No hay comentarios.:
SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE