María Francisca Blanchar Arredondo: Señora de Río, Viento y Comercio
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Por: Wilson Rafael León Blanchar
En la Riohacha de mediados del siglo XIX, cuando la brisa del Caribe se mezclaba con los ecos de las goletas que llegaban al puerto con ron, sal, telas y rumores de ultramar, el nombre de María Francisca Blanchar Arredondo se escuchaba con respeto. Hija del francés Santiago Blanchard, quien había arribado años atrás al puerto con un dejo de Europa en la voz, y de la guajira Margarita Arredondo, María Francisca no solo heredó la estirpe de dos mundos, sino también una intuición feroz para los negocios.
Era una época dura para las mujeres, pero eso no le importaba. Desde joven, aprendió a leer los signos del viento y a negociar con firmeza lo mismo una embarcación que un lote de tierra. En los archivos históricos de Riohacha su nombre figura una y otra vez, siempre vinculado a transacciones marítimas, propiedades rurales y, tristemente, también al comercio de esclavos, reflejo de una sociedad esclavista que aún respiraba con fuerza. Se le recuerda adquiriendo tierras en "El Cercao", un área fértil y próspera cerca del poblado de Chorrera, centro panelero importante en la región.
Su esposo, el almirante Luis Zúñiga, fue dueño de la goleta Rita, embarcación que ella misma gestionó como bien comercial. En tiempos en los que la mayoría de las mujeres no figuraban ni en el margen de los contratos, María Francisca aparecía como propietaria, vendedora, compradora, inversionista. Nada se movía en Riohacha sin que ella lo supiera.
Pero su legado no se quedó en los libros de contabilidad ni en los solares del puerto. Tuvo hijos, y sus hijos continuaron la expansión del linaje. Entre ellos, destaca Don José María Zúñiga Blanchar, conocido como El Gallego Zúñiga, quien se convirtió en hacendado de gran fortuna. Contrajo matrimonio con Doña Carmen Amaya y luego con Doña Manuela Ariza, con quienes tuvo una descendencia que mantendría viva la estirpe familiar.
Su hija, Doña Dolores Ariza Blanchar, fruto de su primer matrimonio siguió también el cauce de los grandes destinos. Contrajo nupcias con el Capitán José Laborde, un hombre que, al igual que su suegro francés, había llegado a Riohacha impulsado por el comercio y las oportunidades del Caribe. Esta unión fue el puente de nuevas alianzas familiares y políticas. De allí nacieron figuras notables como:
Doña Margarita Laborde Ariza, quien se casó con Don Manuel Gnecco Carazo.
Doña Genoveva Laborde Ariza, esposa del Coronel Antonio Joaquín Maya.
Don José Laborde Ariza, Vice-Cónsul Francés, casado con Doña Margarita Barros.
Doña Francisca Laborde Ariza, de quien se tienen pocos registros.
Pero sería el nieto de María Francisca, el abogado José Eduardo Laborde Ariza, quien escalaría hasta las más altas esferas del poder. Hombre de letras, diplomacia y aguda inteligencia, fue gobernador del Magdalena Grande, liderando con temple una de las regiones más complejas y ricas del Caribe colombiano. En sus discursos, se le notaba una cadencia que parecía venir del puerto, del sol del mediodía sobre Riohacha, y del linaje de mujeres como su bisabuela, que supieron labrarse un destino sin pedir permiso.
María Francisca no necesitó títulos nobiliarios. Su reino fue la tierra caliente, los alisios del Caribe, las cuentas claras, y la mirada que no se desviaba ante el poder. Su historia es la historia de muchas mujeres invisibles que sostuvieron las columnas de nuestras ciudades, y cuya sangre aún corre en los apellidos que definen parte de nuestra identidad guajira y nacional.
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