La Chirrinchada Filosófica de Fonseca
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Por: Wilson Rafael León Blanchar
En la calle de Los Higuitos, el billar de Martín Rodríguez estaba más caliente que fogón de leña. Afuera, el sol castigaba; adentro, la parranda hervía entre humo de cigarro, golpes de dominó y vasos de chirrinche. Enrique Marulanda, siempre con su voz aguda y sus ganas de armar conversación, lanzó la frase como si estuviera soltando un gallo en la plaza:
—El deseo ata, lo que soy me empodera… y cuando soy, entonces, el universo me dispensa todo.
La Gillette, vendedor de lotería y hombre de cuchilla lista, se rió mientras barajaba sus números.
—Ajá, Enrique… ¿y entonces por qué yo deseo vender y el universo me manda más fiadores que compradores?
Kiko Toncel, con su toalla al cuello y el sudor bajándole como río, le contestó:
—¡Porque estás más pega’o que garrapata en oreja e’ burro a lo que quieres, Gillette! Uno tiene que ser, no perseguir. Mira mi gallo: dejé de rezar para que ganara, y solo lo cuidé como soy yo… jodedor pero juicioso. Resultado: tres peleas ganadas sin buscarlo.
Efraín el de la Lata, sin dientes pero con música de sobra, se metió:
—Yo toco porque soy músico, no porque deseo que me paguen. Y por eso siempre salgo con comida, trago y cama prestada.
Jolón, el filósofo del ron, remató con voz de predicador:
—El que vive deseando, busca totuma e’ agua en charco seco. El que vive siendo, recibe la totuma llena… y con hielo.
Ahí fue cuando Chago Pérez, que había estado callado, levantó la cabeza con una sonrisa de zorro viejo.
—Les voy a echar un cuento, pa’ que vean que eso no es carreta…
Hace meses, estaba loco por una cachaquita que llegó al pueblo; vestido ceñido, acento arrastrado… lo tenía más seco que lengua e’ loro. Le llevó flores, serenata, hasta le prometió mostrarle el río Ranchería. Pero ella, nada; lo miraba como se mira a burro con totuma en la cabeza: con risa y compasión.
Cansado de tanto correteo, un día Chago dijo:
—¡Se acabó! Yo no soy perro pa’ andar oliendo trasero ajeno. Yo soy agricultor, jugador de dominó, cuentero… y mujeriego solo cuando la cosa se da.
Se olvidó de ella. Volvió a sus parrandas con Jolón, a sus cuentos en la plaza y a dormir sin soñar con vestidos rojos.
Y fue ahí, cuando ya no la deseaba, que la vida hizo su jugada. Una noche, mientras ganaba una mano de dominó en el billar, la cachaquita apareció en la puerta, vestida justo de rojo y sonriendo como quien llega a donde quería estar.
—¿Y tú por qué tan arreglada, mi reina? —preguntó Chago.
—Vine a verte… ahora sí.
Kiko, sin perder oportunidad, gritó:
—¡Ahí está la prueba, carajo! Cuando uno es, ¡el universo le dispensa hasta lo que antes le daba calabazas!
Esa noche, mientras el resto seguía en fichas y cuentos, Chago y la cachaquita se sentaron en la esquina más oscura del billar. Ella le susurró:
—Ahora me gustas más… porque ya no estás detrás de mí.
Y él, con la sonrisa de quien entendió la lección, pensó: El deseo ata… pero cuando uno es, la vida misma trae lo que antes corría de uno.
La parranda siguió hasta la madrugada. Y así quedó bautizada la reunión como la chirrinchada filosófica de Fonseca, la noche en que todos confirmaron que el secreto no está en pedir, sino en ser.
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