La Guajira no se vende: 2026 es el año para derrotar al clientelismo
Las elecciones al Congreso de la República en 2026 no son una contienda más para La Guajira. Son, quizás, una de las decisiones políticas más determinantes de las últimas décadas. No se trata únicamente de elegir representantes; se trata de definir si seguimos anclados a un modelo político agotado, clientelista y excluyente, o si finalmente nos atrevemos a dar el salto hacia una verdadera transformación social y un desarrollo con dignidad para nuestra gente.
Durante años, La Guajira ha sido utilizada como botín electoral. Los mismos apellidos, las mismas maquinarias y las mismas prácticas se han reciclado elección tras elección, prometiendo soluciones mientras perpetúan los problemas. El clientelismo —esa relación perversa donde el voto se compra con favores, contratos temporales o ayudas asistencialistas— ha hecho un daño profundo: ha debilitado la democracia, ha desmovilizado el pensamiento crítico y ha condenado a generaciones enteras a la dependencia política.
Hoy, ese modelo no solo está desgastado, está moralmente derrotado. La realidad social del departamento lo evidencia: altos índices de pobreza, desempleo juvenil, abandono rural, crisis humanitaria en comunidades indígenas y una brecha enorme entre el discurso político y la vida cotidiana de la gente. Seguir votando por los mismos significa aceptar que nada cambie.
En este escenario, las juventudes de La Guajira emergen como un actor político fundamental. No como relleno de campañas ni como fuerza logística sin voz, sino como protagonistas reales del cambio. Las y los jóvenes guajiros han demostrado que tienen capacidad organizativa, conciencia política, liderazgo comunitario y una visión distinta del poder: uno que se ejerce para transformar, no para servirse.
Las juventudes ya no creen en la política del favor personal. Creen en derechos, en oportunidades, en educación, en empleo digno, en cultura, en emprendimiento, en participación real. Creen en una política que escuche y que rinda cuentas. Por eso, su protagonismo en las elecciones de 2026 no es una opción: es una necesidad histórica.
No se trata de una disputa generacional superficial. Se trata de una disputa ética y política entre dos modelos: el de los clanes políticos tradicionales que viven del atraso, y el de una nueva generación que quiere construir futuro. La Guajira no puede darse el lujo de retroceder, de volver a entregar su destino a quienes ya demostraron que no supieron —o no quisieron— gobernar para todos.
La verdadera transformación social que necesita el departamento pasa por cambiar la forma de hacer política. Implica acabar con el clientelismo, fortalecer la participación ciudadana, priorizar la inversión social, respetar los territorios indígenas, impulsar el desarrollo económico local y garantizar que los recursos públicos se usen para el bienestar colectivo y no para enriquecer a unos pocos.
El Congreso de la República es un escenario clave para ese cambio. Desde allí se toman decisiones sobre presupuestos, políticas públicas, leyes sociales y reformas estructurales. Tener representantes comprometidos con La Guajira, con una agenda clara de desarrollo y con independencia de las maquinarias, es fundamental para que el departamento deje de ser visto como periferia olvidada.
Las elecciones de 2026 deben ser un punto de quiebre. Un momento en el que la ciudadanía, especialmente las juventudes, decidan no vender su voto, no resignarse, no callar. Votar con conciencia es un acto de rebeldía frente al atraso. Es decirle no a la política del miedo y del favor, y sí a una política del futuro.
La Guajira necesita avanzar. Necesita creer en sí misma, en su gente, en su diversidad cultural, en su fuerza juvenil. No podemos seguir administrando la pobreza ni normalizando el abandono. El desarrollo real no llegará de la mano de quienes siempre han gobernado igual, sino de quienes se atreven a pensar distinto y a actuar con coherencia.
El futuro de La Guajira está en juego. Y ese futuro no se negocia, no se compra y no se hereda. Se construye, con conciencia, con participación y con una nueva forma de hacer política. 2026 debe ser el año en que La Guajira decida, de una vez por todas, dejar atrás el pasado y caminar con firmeza hacia la verdadera transformación social.

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